Opinión
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  • Diario del Altoaragón

El cambio se consuma en Andalucía

En política, toda decisión tiene su riesgo. Es inherente, como en la propia vida, la responsabilidad que conlleva cada determinación, cada acto. Luego, sucede que el paso del tiempo y la erosión de las aristas acaba produciendo unos efectos mayores o menores, porque constatado queda que los partidos más radicales acaban morigerando sus excesos de juventud. No es privativa esta lectura de España, sino que se extiende hoy por todo el mundo, donde la crisis del pensamiento y de los valores ha conducido a unos mapas institucionales inconcebibles hace pocos años.

Sorprenderse del acuerdo para el cambio en Andalucía suena a una cierta irrealidad, ceguera o desmemoria. La noche electoral y el día siguiente estuvieron marcados por titulares en todos los medios de comunicación que apuntaban directamente al fin de un ciclo y el comienzo de una nueva andadura política. Otra cuestión es que el compañero de apoyos a Juan Manuel Moreno Bonilla resulte deseable o no, resquemor que provoca en una gran mayoría de la ciudadanía pero ante el que no se puede negar el escrutinio de los cuatrocientos mil sufragios.

Salvo el sobresalto de las desaforadas exigencias del partido de Abascal, la negociación ha resultado mucho más fluida de lo que incluso cabía de esperar, lo que refleja dos conclusiones: una, que había una voluntad previa de acabar con el larguísimo dominio socialista -no hay que olvidar, por cierto, que Susana Díaz ganó las elecciones-; y dos, que apenas han hecho falta unas horas para que Vox se vea tentado por la cierta zona de confort que implica saber que tiene una cierta influencia sobre la Junta. Será el transcurso de la legislatura y la gestión del nuevo ejecutivo los que delimitarán la digestión de este real acuerdo a tres. Y, sobre todo, cómo repercutirá en los andaluces.