Opinión
Por
  • MARIANO RAMÓN

Lorenzo Rivarés

Cual manantial de aguas bravas, más de cuarenta y siete mil españoles, se enrolaron voluntariamente en la División Azul, una División encuadrada en el ejército alemán, pero en todo momento bajo las órdenes de los mandos militares españoles, y que en cierto modo constituía una réplica de las comunistas Brigadas Internacionales que combatieron en la guerra civil española. Marcharon a Rusia con el ánimo presto a reivindicar los valores bastardeados por el comunismo soviético y para desbancar una filosofía calificada por el Pontífice Pío XII como intrínsecamente perversa. Junto a estos voluntarios españoles había otros procedentes de distintos países europeos y americanos. Todos fracasaron en el empeño de lograr aquello que motivó su presencia en el frente ruso. Cuando la II Guerra Mundial alejó de los frentes de batalla rusos, los soldados españoles regresaron a sus lugares de origen.

En Rusia quedaron cinco mil muertos, un millar de prisioneros cuyos supervivientes volvieron años más tarde a bordo de un barco -Semiramis- fletado por la Cruz Roja Internacional, otros que formaron por cuenta propia una "legión" y algún que otro desertor. El día diez de este mes se cumple el setenta y seis aniversario de la batalla de Krasny Bor en la que murieron a lo largo de veinticuatro horas de durísimos combates murieron mil ciento veinticinco divisionarios rematados, alguno de ellos, allí donde había caído mal herido. Al cabo de tanto tiempo transcurrido es hora de recordar el sacrificio de tantos compatriotas para que este recurso fortalezca nuestras convicciones de solidaridad y de servicio al prójimo, tal cual cada uno de ellos desearía en la lucidez de sus últimos hálitos de vida.

Uno de los caídos en Rusia fue el oscense Lorenzo Rivarés, hijo del zapatero establecido en el Coso Alto junto al cine Olimpia, quien a la edad de dieciocho años concentró sus ilusiones para siempre su cuerpo yerto mas no su espíritu que sobrevuela nuestras querencias. De su grandeza de ánimo da fe su extenso epistolario -tarjetas postales y largas cartas escritas a la luz de una vela- guardado celosamente por su familia en el que se interesa por sus compañeros del frente de juventudes y muestra su preocupación por las desazones despertadas en sus familiares, muy especialmente en su madre, a causa de su lejanía en un frente de batalla.