Opinión
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  • Diario del Altoaragón

Camino de San Úrbez

El Camino de San Úrbez es una suerte de bendición desde el momento de su concepción y en su desarrollo, gracias a la confluencia de los esfuerzos de un admirable voluntariado ambiental de particulares y de las contribuciones institucionales de las comarcas de Sobrarbe, Alto Gállego y La Hoya junto a la Diputación Provincial. Cualquiera que conozca a los pioneros que desde hace unos cuantos años han decidido habilitar un vial con extraordinarias reminiscencias históricas y atractivos naturales dignos de su explotación para engrosar el inventario de un destino que, en estas facetas más que en ninguna otra, es sobradamente competitivo para congregar a miles de visitantes ávidos de una armónica combinación entre aire libre y belleza en una sinfonía que estimula todos los sentidos y favorece el disfrute activo.

Sin poner en duda que los 28 condicionantes expuestos por el Servicio Provincial de Desarrollo Rural y Sostenibilidad del Gobierno de Aragón emergen del máximo rigor de los funcionarios públicos, tal celo significa que se deben variar normativas, reglamentos o procesos para no encontrarnos con puertas que nunca se pueden poner al campo. Si estamos elogiando razonablemente iniciativas que han puesto en valor espacios naturales que otrora eran impracticables y hoy son dignos de admiración incluso internacional, una oportunidad como la del Camino de San Úrbez no puede quedar al albur de encorsetamientos que vayan más allá de las lógicas medidas de protección. Pero es que, precisamente, en el amor por su tierra de quienes abrieron esta bonita aventura se hallan, por derecho propio, las intenciones más edificantes y más admirables. Sin dilación, hay que ponerse manos a la obra para que el sentimiento de traba torne en certeza de colaboración leal.