Opinión
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  • Diario del Altoaragón

Los 50 años de San Juan del Flumen

En estos últimos años, se están celebrando, cual si fuera una obra sinfónica perfectamente coordinada, las bodas de oro de los pueblos de colonización. Es el medio siglo desde que centenares de personas se instalaron en Los Monegros, un territorio de condiciones geográficas y meteorológicas extremas, pero enormemente agradecido a quienes quieren trabajar sus tierras y mejorar su atmósfera. Entiéndase ésta en el sentido metafórico de las relaciones humanas que se establecen entre quienes deciden asumir un compromiso por más que, en el empeño, hayan de dejarse jirones de comodidad para derrochar sudor, lágrimas e incluso sangre en un laboreo existencial que no admite cicaterías ni individualismos.

San Juan del Flumen es, como el resto, un caso paradigmático, porque también ha cincelado su propia personalidad. La misma que hoy le permite reescribir su voluntad y suscribirla con letras de oro: "Ni las casas ni las calles hacen pueblo. Son sus gentes, sus fiestas y sus tradiciones quienes lo hacen. El latido de sus vecinos le da vida y ya llevamos 50 años latiendo juntos". La determinación inquebrantable de los vecinos de media centuria se ha de solapar, armónica pero briosamente, con la de quienes se incorporan a la hermosa misión de seguir consolidando el edificio de la convivencia, del respeto y de la congregación de objetivos. Así se explica que San Juan del Flumen no es un pueblo anónimo, sino al contrario, perfectamente reflejado en una identidad singular, en un reconocimiento de sus productos, de sus servicios y de su modelo de coexistencia. Un espacio amable para el visitante y placentero para los propios, convencidos de que, ante el fantasma de las glotonas urbes, existe una alternativa en la que las oportunidades fluyen para proyectar la tradición y el humanismo al futuro.