Opinión
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  • Diario del Altoaragón

Greta

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Greta

Seguramente habrán oído hablar de Greta Thunberg, esa adolescente sueca que se ha convertido -mejor dicho, hemos convertido- en una heroína de todo el movimiento ecologista más radical. Unos activamente y otros por miedo a ser señalados como "planeticidas", el caso es que casi nadie es capaz de poner un poco de sensatez en este asunto y preguntarse si es razonable que alguien que ni siquiera podría votar en unas elecciones municipales se convierta en una especie de profeta postmoderna cuyo oráculo estábamos esperando. A pesar de que desafían toda lógica, sus lacrimógenas diatribas diciendo que cuando ella pueda actuar por sí misma "ya será tarde", porque según ella entonces el planeta habrá sucumbido, son recibidas por grandes dirigentes del mundo con una solemnidad que no se había visto desde hace tiempo.

A mí me parece que Greta haría muy bien en dedicarse a sus estudios y a soñar -¿por qué no?- en llegar a ser primera ministra sueca o presidenta de la Comisión Europea. Pero lo que respecta a la política medioambiental, que es muy importante, debería estar en manos de quienes tienen la capacidad de entender todas las consecuencias de cada decisión política, de los gobiernos elegidos por los ciudadanos y de los propios ciudadanos bien informados, que son quienes toman cotidianamente las buenas o malas decisiones en la gestión de su vida privada. Esto es demasiado importante para caer en discursos frívolos.

También en los siglos XV y XVI en Europa se vivía en un ambiente que podría resultarnos familiar porque estaba inundado con una ola de pesimismo oscurantista. Las epidemias y las guerras hacían creer a la gente que el fin del mundo estaba cerca y, sin embargo, después del descubrimiento de América, se inició un proceso de renovación, de "renacimiento", que proyectó nuestra civilización a todo el planeta e inauguró una era de grandes progresos.

Una de las cosas que explican actualmente este fenómeno en el que se encuadra el éxito de esta niña es que, como parte de un impulso secularizador, hemos abandonado la esperanza, tanto la espiritual como la terrenal. Aunque vivimos en la mejor época del mundo (se mire como se mire) los discursos exageradamente catastrofistas han vuelto a crear una sensación apocalíptica que carece totalmente de fundamento. Y en este ambiente tóxico, lo que produce la falta de esperanza no es la indiferencia de la gente, sino sobre todo el miedo porque, sin esperanza, forzosamente lo que ha de venir será siempre malo. Ahora estamos construyendo concienzudamente el miedo colectivo a una catástrofe ecológica, es decir, de nuevo estamos agitando el espantajo del fin del mundo inminente, como hace quinientos años.

La verdad es que Europa ha sido desde hace décadas la parte del mundo que más ha hecho por cambiar las cosas en materia de respeto al medio ambiente. Y seguimos en esa vanguardia. El grueso de los problemas medioambientales no está aquí, sino en China, en la India, en Rusia o en ciertos países de África y Asia. Casi todos, por cierto, dirigidos por gobiernos no democráticos. A ver cuando vemos a Greta en Pekin, por ejemplo.