Opinión
Por
  • TOMÁS MOYA BONEL

Los niños monjes de Tailandia

Sería difícil encontrar en el antiguo reino de Siam, un monasterio que no acogiera a niños para que se vayan formando en los preceptos budistas. Es una oportunidad que se les ofrece a las familias campesinas para que sus hijos tengan una educación inmejorable. Así, los pequeños monjes aprenden a leer y escribir, a sumar y restar, e incluso aprenden idiomas y a educarse en los principios budistas de oración y meditación, de amor al prójimo y sencillez en lo personal. Un monje tailandés, Phra. Mahawasant, con cuya amistad me honro, de la provincia de Rayong, me ha enviado, entre otra documentación, el día a día de estos pequeños que, vestidos con los ropajes color azafrán, parecen monjes en miniatura. Phra. Mahawasant es un excelente profesor cuyas máximas budistas se pueden seguir por lo sencillas que son y sin tener que convertirse. Es un guía espiritual que realmente convence por su personalidad abierta y amable con los extranjeros y por su vida dedicada a la docencia. La vida diaria de los diminutos monjes transcurre en su mayor parte en silencio. No se desvisten del todo para domir acostados en unas colchonetas de escasos dos centímetros de espesor, levantándose hacia las 4,30 de la madrugada. Enseguida reciben la primera lección del día y acuden, cada uno con su tazón, al refectorio para tomar un té con leche. Sigue una ofrenda de flores al Buddha y se procede a barrer y limpiar el templo. Con uno de los maestros acude a la ceremonia del desayuno al Buddha, a quien entre rezos se le ofrece comida. Luego, hacia las siete de la mañana, desayunan, no sin antes haber lavado cada uno su plato y tazón con agua. El desayuno consiste en arroz acompañado o bien de un guiso de carne o de pescado, ya que están en edad de crecimiento. No hay cubiertos y se come con las manos. Cada uno se ocupa luego de lavarse bien las manos y el plato. De nuevo acuden a clase, donde practican sentados en el suelo con las piernas cruzadas cánticos y meditación que se repetirán otra vez a lo largo del día. A continuación van a las duchas, donde no sólo se asean sino que aprovechan para lavar ropa y secarla al sol. Antes de las 12 del mediodía y una vez preparada la comida, se come invariablemente arroz con vegetales. Aunque es la última comida sólida del día, pueden beber por la tarde, que se dedica a clases multidisciplinarias. Tienen tiempo de expansión, hasta la hora de acostarse, que suele ser hacia las nueve de la noche. Amables lectores y amigo Aristodemo: es enternecedor ver a estos pequeños acompañar a veces a los mayores en su petición matutina de donativos (en forma de comida). El respeto y cariño que despiertan entre la población es difícil de describir. No todos terminan por ser monjes, algunos porque las familias necesitan de sus brazos para trabajar los campos y la consecuencia de dejar el monasterio y a los maestros es con frecuencia una experiencia desgarradora. Otras veces porque los jóvenes novicios no están del todo convencidos de una vida monacal de por vida.