Opinión
Por
  • ROSA MACHÍ PRAT

La iglesia tiene que cambiar

Soy católica practicante y sobre todo creyente. No concibo mi vida sin Dios; la fe ha sido mi único sustento ante las adversidades de mi vida; por ello me entristece ver a la sociedad tan alejada de Dios, tan vacía de un don tan imprescindible para vivir.

En mi opinión, no es el hambre y la pobreza material lo que impera en España; no se puede considerar pobre al que va a los bancos de alimentos a cargar con su coche, con su móvil última generación, y para cada uno de los miembros de su familia, con su tabaco Winston en el bolsillo, su pensión no contributiva o subsidio vitalicio y que del bar no sale... Esto no es pobreza material, sino espiritual, de valores, de principios, de decencia, de dignidad, de personalidad y de vergüenza que el sistema fomenta, generando parasitarismo social a cambio de votos. Aunque el subsidio fuera de 1000 euros al mes, serían igual de pobres.

En mi opinión, la Iglesia tiene que cambiar, no puede ser una simiente estéril, no debe cimentar sus políticas sociales basadas en la pobreza material, como era imprescindible hace 2000 años, sino en la inmaterial, "no sólo de pan vive el hombre". Cada uno de nosotros somos responsables de nuestra vida, y tenemos la facultad de transformar de un menos, un más, y eso es lo que hay que enseñar. Ella te ofrece un plato de arroz o una limosna y ante una ayuda inmaterial, no mueve un dedo. La Iglesia es nuestro padre y tiene la misión entre hermanos, de unir puentes, allanar discordias, permanecer neutral en cuestiones políticas que no le atañen, y separan a los católicos; la Iglesia no puede hacer acepción de personar, todos somos hijos de Dios; tiene que limpiar de sacerdotes enfermos sexuales, que pudren la imagen y la gran labor de la Iglesia; tiene que salir de sus círculos cerrados en que aún se apoya y adentrarse sin demagogia en los problemas de las personas necesitadas, aportando esa ayuda espiritual que levanta, enaltece y fortalece a las personas que les parece encontrarse en lo más profundo del abismo.

Cuando voy a la Iglesia a misa de Júniors, pienso: ¿Cuántos de estos niños saldrán de aquí, con fe real en Dios, regirá su vida conforme a los preceptos divinos, se casará por la Iglesia, asumiendo el gran compromiso que supone el matrimonio, bautizará a sus hijos, hará que tomen la comunión, fomentando dentro de su hogar los principios religiosos, que ayudan a crecer como persona Ese es el gran reto de la Iglesia.