Alfredo Pérez Rubalcaba, de vocación servir
Alfredo Pérez Rubalcaba falleció ayer y, tras él, queda un importante bagaje de trabajo por los demás en todos los ámbitos en los que, por formación y por vocación, sobresalió. Quien fuera vicepresidente del Gobierno, ministro y secretario general del PSOE aúna en su frondosa trayectoria dos de las condiciones que refuerzan la personalidad humana hasta elevarla a condición de líder. Por un lado, en las aulas, en conferencias y en su trabajo profesional, ha sido magíster, el que destaca sobre los demás y tiene, por tanto, una autoridad que dirige e influye. Su devoción por el magisterio y la Química le permitieron fluir con felicidad tras dejar voluntariamente la actividad institucional y orgánica. Por el otro, el miníster, el que sirve, el que ayuda. Y ahí, Pérez Rubalcaba también fue un maestro porque entendió en el apoyo a los demás, entendidos estos como comunidad que aglutina a cada individuo, como un objeto de su voluntad en el que analizar, diagnosticar, valorar e impartir doctrina y gestión.
En esta doble piel se puede entender mejor la autoridad que Pérez Rubalcaba ha ejercido durante décadas sobre sus colaboradores directos, sobre sus correligionarios, sobre sus competidores que le criticaron pero a los que no quedó otro remedio que respetar por el conocimiento y el sentido de Estado que emanaba de su acción política. Evidentemente, en una ejecutoria tan exuberante cuando menester fue y tan discreta cuando lo requirió la responsabilidad, se suceden los aciertos y los errores, viniendo estos del riesgo de quien ha de calcular sobre la cuerda y a veces sin red. Pero, exactamente igual que sus alumnos admiraron y admitieron su sabiduría, España debe releer y reescucharle para obtener referentes que contribuyan a alcanzar respuestas a los desafíos que nos arroja cada tiempo.
Diario del AltoAragón