Opinión
Por
  • MANUEL OLLÉ

Volveremos

E l Huesca es de primera. Que nadie lo dude. La lección magistral que ha impartido dentro y fuera de los terrenos de juego, desde el pasado mes de agosto, pasará a los anales del deporte rey. Se ha ganado la admiración de todo el universo deportivo. Solo hay que escuchar las alabanzas que expertos periodistas, técnicos, futbolistas y entendidos de todos los colores regalan a nuestro equipo.

La tristeza de nuestro cambio de categoría se compensa con el inmenso entusiasmo de haber sido durante diez meses protagonistas activos de la mejor competición futbolística del orbe. Quién nos lo iba a decir, cuando, tanto solo hace cinco años, recorríamos aquellos campos de la segunda división B. Con el esfuerzo del regate a regate, nos lo fuimos creyendo y llegó aquella primera satisfacción con la clasificación para los Play Off de ascenso contra el Levante, y después, al año siguiente, el delirio de Lugo, que nos trasportó directamente al paraíso futbolístico. Fue el premio a una trayectoria ejemplar de saber hacer las cosas, desde el silencio y la modestia.

Y llegó el día de nuestro estreno entre los dioses del balón. El gran día en el que el Huesca se metió con el mayor de los merecimientos en nuestra colección de cromos, en las grandes cadenas deportivas de televisión nacionales e internacionales, en los principales periódicos y medios deportivos, en las tertulias diarias de los bares o en las noticias de los telediarios. El Huesca comenzó a derrochar pundonor y nobleza por todos los estadios que pisaba. Desde entonces, nuestros equipos de siempre, fuera el Real o el Atlético de Madrid, el Barcelona o cualquier otro, quedaban en una esquinita de nuestro corazón y comenzaba a bombear con todo su esplendor nuestro compromiso sanguíneo con el Huesca. Ahora, las inquietudes deportivas que suscitaban nuestros equipos de antaño quedaban relegadas a un plano secundario, para seguir con entusiasmo el devenir de nuestro Huesca: la evolución en los entrenamientos, las sanciones, las altas, las bajas, las lesiones o las propuestas de nuestras alineaciones.

En Huesca, en toda la provincia, y en muchos rincones donde habitan altoaragoneses, comenzábamos a sufrir y a disfrutar con nuestro equipo en esa comunión —que hasta el papa envidiaría— entre afición, jugadores, técnicos y directiva. Cada gol celebrado y cada fallo era obra de todos. Todos estábamos allí, saboreando los momentos de buen fútbol. Todos hemos sido corresponsables de lo mejor y de lo no tan bueno. Incluso, hasta nos hemos convertido en camaleones, apoyando cada domingo a otros equipos, para que ganaran a rivales directos. Ha sido la solidaridad de la alegría y del sufrimiento.

Quéorgullo de afición, campeona de campeonas, en casa o fuera, lejos o cerca, con frío o con calor que ha arropado incondicionalmente a nuestra plantilla y acogido con hospitalidad a los hinchas foráneos cuando han visitado El Alcoraz, la ciudad y nuestro hermoso entorno provincial. Se ha hecho acreedora del cariño y admiración de propios y extraños. Siempre ha estado ahí con sus jugadores, pasara lo que pasara. La simpatía que la afición del equipo de San Jorge ha despertado en todos los estadios, no ha sido desde luego casual, es el premio a la pasión que une y transmite, a modo de cordón umbilical, los sentimientos de una ciudad, de una tierra, y de sus gentes con el equipo que enarbola la bandera deportiva de sus valores. Esa afición y esos jugadores que han soportado pacientemente decisiones injustas del VAR y han sufrido los sinsabores de la mala suerte y de la cruel ruleta rusa de los minutos finales de los partidos, a pesar del buen juego desplegado.

Como barbastrense y altoaragonés que soy, y aunque resido fuera de casa, ha sido un orgullo seguir al Huesca, incluso presencialmente cuando he podido, como vengo haciendo desde hace años. Lo del Huesca ha sido un fenómeno inaudito, fruto de la labor constante de sus socios, jugadores, técnicos, patrocinadores y de su directiva, que simbolizo —por no poder nombrar a todos por razones de espacio, y lo siento— en Camacho y Melero, como extraordinarios capitanes; en Francisco, como brillante entrenador; y en Lasaosa y Petón como gestores eficaces. La humildad y generosidad de todos ellos, su trabajo, su sacrificio y su sensatez han llevado a nuestros futbolistas a competir de verdad cada fin de semana sin complejos, tuteando a los poderosos y millonarios, a los que hemos superado en juego, con ilusión y pasión. Esta ha sido la gratificación que todos hemos recibido, y especialmente los más jóvenes altoaragoneses, quienes ya tienen un equipo en el que reflejarse y al que aspirar.

Desde el pasado domingo he recibido muchos mensajes de amigos y compañeros. El denominador común de todos ha sido: "Volveréis, os lo merecéis". Sigamos con las camisetas y las bufandas preparadas —no las guardemos— para iniciar juntos, con la faena de todos —que a buen seguro ya ha comenzado con la reflexión de la (in)experiencia pasada y de la autocrítica— la transición para que regresemos a la élite del fútbol mundial.

Termino con mi emotivo agradecimiento a los jugadores, entrenador, cuerpo técnico, directiva y afición por habernos hecho felices en el universo del fútbol. Así, siempre seguiré fiel sin reblar. Nosotros no somos como el General Douglas MacArthur. El Alcoraz cantó por unanimidad la penúltima sentencia: "Volveremos a primera división".