Opinión
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San Isidro, patrón de los imprescindibles

La gente del campo tiene otra percepción de los tiempos y los espacios. Acostumbrados a apreciar la inmensidad de los horizontes y el ritmo de su entorno, entiende mejor la condición esencial del ser humano y su relación específica con la naturaleza. La mima porque vive de ella. La cuida porque sabe, además, que es una esforzada correa de transmisión entre la vida de las tierras y de los animales y la existencia de sus congéneres. Aquella que, extrayendo los mejores rendimientos en calidad y cantidad, contribuirá a la alimentación de cientos, de miles, de millones de personas si conjuntamos la acción de todos los hombres y todas las mujeres congregados en tan magnífica misión.

Por esta condición, son imprescindibles en el sentido que dejó sentenciado Bertolt Brecht: aquellos que luchan todos los días de su vida, manifestación suprema del valor y de la trascendencia. San Isidro es su patrón, al que veneran o simplemente admiran dependiendo de las convicciones, si bien su figura fue realmente extraordinaria, y la fiesta se erige en un gran canto a la convivencia entre quienes desempeñan similares tareas y a la simbiosis con el hábitat. También es irrenunciable la celebración de esta fecha, en la que se hermanan en torno a una simbología perenne, brindan por el futuro, demandan discretamente la dignidad en sus ocupaciones e intercambian experiencias porque, al final, el espíritu cooperativo está en su raíz. Hoy es un día para reconocerles su valor, para agasajarles, para vitorearles, para mostrarles el respaldo, porque, desde mañana, se reenganchan a una actividad fundamental para las vidas de todos nosotros, para nuestra supervivencia, para nuestro deleite, para nuestra salud. Por todas estas virtuosas ocupaciones, son insustituibles. Y por ellas tienen ganado nuestro respeto y gratitud.

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