Opinión
Por
  • ENRIQUE SERBETO

Verónica

Verónica
Verónica

El suicidio de Verónica es un hecho que ha conmocionado a la sociedad. Al menos durante unas horas, porque en estos tiempos las cosas pasan, producen una reacción tumultuosa y a la misma velocidad se olvidan y son archivadas en ese difuso almacén de la conciencia donde ya nadie vuelve a mirar. Un hecho tan triste no merecía ser transformado en un espectáculo, pero eso es lo que ha pasado: toda la vida, la intimidad y la muerte de esa mujer como guion de una película con una víctima y muchos malos, frente a una masa de espectadores parapetados detrás de la pantalla de su ordenador dedicados a buscar culpables con un espíritu inquisitorial y otra tratando de encontrar el vídeo en cuestión en páginas pornográficas por pura morbosidad. Puede que muchos hayan hecho las dos cosas a la vez. Pocos se han dedicado a reflexionar sobre el origen de esta desgracia que no es otro que el video que ella misma grabó y cuya exhibición pública creó una situación que se le hizo insoportable hasta el punto de llevarle a cometer este terrible acto contra su propia vida.

Mucha gente cree que decidir hacer un video de este tipo para enviarlo a quien se quiera entra dentro de la libertad individual de cada cual y no han parado de repetirlo en este caso, pero se equivocan totalmente. Es un acto discrecional en el sentido de que nadie lo prohíbe y que está hecho por voluntad propia. Pero como se ha visto claramente en el triste caso de Verónica, hacer una cosa así en realidad no es una expresión de nuestra libertad, sino un acto que nos convierte en esclavos y nos encadena, como le encadenó a ella. La libertad que nos prometen algunos en este mundo simulado de las redes sociales tiene truco y puede ser muy amargo. Y no sirve de nada ponerse estupendos como ha hecho algún periódico que cree que está restableciendo su honor al mencionar a la víctima con sus iniciales, cuando todo el mundo sabe su nombre completo, el de su marido y donde trabajaba.

A mí me educaron en la convicción de que cuando uno hace algo bien, no hace falta pregonarlo -"que lo que hace tu mano derecha no lo sepa ni la izquierda"- para eliminar la vanidad en el gesto noble de ayudar al prójimo. Ahora es al revés. Hay muchos que disfrutan jactándose de hacer imbecilidades para que los demás vean cómo se meten el dedo en la nariz para rascarse los mocos. Y encima ganan dinero con ello porque hay otros millones de zombis morales que les ríen la gracia. Todo esto está pasando delante de nosotros a plena luz del día y apenas nos llama la atención cuando una mujer ha acabado suicidándose por no poder soportar la mirada de los demás, esos que despreciaban a la persona de carne y hueso que tenían ante sí y solo estaban interesados por la copia digital de la mujer que ya no existía en realidad. Nos empeñamos en hacer una sociedad sin límites morales, sin decoro y sin caridad, todo en nombre de la emancipación individual, cuando lo que estamos haciendo es cargarnos de cadenas. Ojala lleguemos a darnos cuenta antes de que sea demasiado tarde, como lo ha sido para Verónica..