Opinión
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  • Diario del Altoaragón

La necesidad perpetua de practicar la diversidad

Discutir que la sociedad, los medios de comunicación y los particulares hemos evolucionado en la comprensión de conceptos que avanzan hacia una igualdad real y no impostada resulta difícilmente discutible. Como en alguna de las felices iniciativas de las organizaciones del tercer sector, las personas con discapacidad o dependencia se han erigido en profesores naturales y prácticos ante la ciudadanía, envuelta hace años en prejuicios y estereotipos profundamente injustos que ha costado un enorme esfuerzo revertir. Es admirable la dedicación, en este sentido, de estas asociaciones, de sus profesionales y de sus voluntarios, mucho más allá de la exigencia del deber, mucho más acá del sometimiento a la comodidad. Actividades como las de Diversario o la semana de la ONCE constituyen un alegato de la diversidad como criterio de normalización. Una diversidad no predicada, sino practicada con esos juegos de una pedagogía descomunal como ponernos en el lugar de quienes tienen ceguera o cualquier otro tipo de limitación, para que musculemos nuestra empatía y, de paso, abandonemos las viejas generalizaciones para edificar una convivencia más inclusiva.

Quizás podamos tener la tentación de estimar que se producen excesivas acciones desde el tercer sector y que la dispersión puede auspiciar una menor concentración de unos ciudadanos a los que aglutinar la atención les cuesta, en un mundo donde los estímulos se reparten entre el mundo real y el virtual. Y, sin embargo, como experimentan quienes ejercen el voluntariado, constatarán, amigos lectores, que aproximarse a todos los espacios donde se comparten vivencias diferenciales propicia una satisfacción imbatible: la de engrandecer la dimensión de nuestra personalidad y de nuestro carácter social.

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