Opinión
Por
  • MANUEL CAMPO VIDAL

El poder político se juega en cinco finales

Votamos dos veces en un mes, el 28 de abril y el 26 de mayo, pero aún no sabemos quién ostentará en España el poder local, provincial, regional y nacional. Cuatro votaciones finales entre concejales, alcaldes y diputados lo decidirán. Y queda Europa, la quinta final.

El sábado 15 de junio, la primera: constitución, a las 12 en punto, de los 8.131 ayuntamientos, como cuando se juegan partidos de fútbol simultáneos para saber quién desciende y quién va a Champions. Que los resultados de un estadio no influyan en otro. Habrá sorpresas mayúsculas. ¡A saber quién gobierna Madrid y Barcelona! Parecía que Martínez Almeida del PP y Ernest Maragall de Esquerra, respectivamente; pero no descarten a Begoña Villacís de Ciudadanos y a Ada Colau. Un personaje como Manuel Valls, que mira la política a largo plazo, ha introducido una referencia de hombre de Estado que ojalá traten de emular algunos de los jóvenes que aspiran a gobernarnos. Son las dos grandes incógnitas municipales, pero se calcula que en casi un millar de ayuntamientos no hay seguridad total de lo que va a suceder. Depende de los pactos, que pueden ser asimétricos, pero también de fugas en la disciplina de los partidos y de rivalidades personales, a veces insalvables.

En las semanas siguientes, constitución de Diputaciones y Juntas vascas -el poder provincial- más los Cabildos y Consells, los gobiernos de cada isla canaria o balear. El resultado de este reparto de poder depende de los pactos generales, pero también de lo que haya sucedido en los ayuntamientos y de las posibles impugnaciones y recursos. Mucho presupuesto en juego. Por ejemplo, en la Diputación de Barcelona son 300 millones de euros; y 150 en la de Pontevedra.

La tercera final, las votaciones en los Parlamentos autonómicos, no será simultánea. Deberá resolverse en las próximas semanas. Valencia votó antes, el 28-A, y ya sabemos que gobernará el socialista Ximo Puig, pero cualquiera adivina el resultado en Castilla y León, o en Aragón. Lo de Navarra da para una miniserie televisiva de intriga y pasión.

Y la cuarta final, la equivalente a la Liga, comienza a prepararse en el Congreso de los Diputados. Nadie duda: ganará el equipo de Pedro Sánchez, pero aún no se sabe con qué alineación; seguramente necesitará una prórroga, o sea, segunda votación para la mayoría. Al líder socialista le gustaría un gobierno monocolor, aunque Pablo Iglesias esté empeñado en un gabinete de coalición. Albert Rivera no para de hablar del "gobierno de Sánchez y sus socios"; pero esos socios, los que no le aprobaron los Presupuestos Generales y le negaron la posibilidad de que Miquel Iceta presidiera el Senado, incluso vulnerando la legalidad, son poco de fiar. El discurso de Esquerra promete, pero su miedo visceral a Puigdemont, igualmente correspondido, los convierte en ruletas rusas. Parece que el Presidente preferiría evitarlos. Paradójicamente, la solución está en manos de Rivera. O de Casado. Esa es la gran final española, pero no olvidemos la europea. A las 24 horas de cerrarse las urnas europeas, Macron y Sánchez cenaban en París. Acaso la oposición no haya sabido percatarse de que el peso de España en Europa se ha disparado al alza. Con el Brexit duro, que anima en Londres el propio Donald Trump, el eje franco alemán necesita un tercera pata sólida y fiable para mantener el tablero de mando europeo. La pata italiana está quebrada. Atentos porque Salvini quiere ser el Trump europeo y Sánchez puede convertirse en el anti Salvini. Macron y Sánchez van a una, como jefes de fila de liberales y socialdemócratas en la Unión; los alemanes, aunque con el liderazgo debilitado, están de acuerdo. El objetivo común es parar al populismo de extrema derecha en cualquier versión, sea eurófoba, xenófoba o hipernacionalista. Rivera, si quiere ser el Macron español, debe tocar esa partitura. Aliarse con Vox, aunque sea discretamente, es desafinar. Tiempos apasionantes e inciertos. Todo el poder en el aire. Cinco finales en dos meses.