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  • Diario del Altoaragón

La víctima número 1.000

Los números redondos estiran la sensación de tragedia y de drama cuando cuantifican la desgracia humana. Ayudan a crear conciencia, que es un buen punto de partida para acometer los problemas. Desde que en 2003 se abriera el registro de víctimas de la violencia de género -lo cual implica simplemente que hasta entonces no se había dimensionado en su justa medida una lacra que se aloja en lo más profundo de los tiempos-, han sido ya mil las fallecidas, a las que hay que sumar las muchas que han resultado heridas, coaccionadas, maltratadas y golpeadas en su dignidad. El hecho de que, de las que han sido asesinadas en estos poco más de cinco meses del año, sólo tres hubieran presentado denuncia contra su agresor finalmente letal, engendra un marco de indefensión que inquieta mucho más por la vulnerabilidad a la que se somete a las mujeres violentadas y a sus hijos en muchos casos.

Obviamente, la solución no pasa por minimizar el impacto de esta barbarie. Tampoco exclusivamente por alegatos voluntaristas, bienintencionados pero ineficaces. Sabiendo que el peligro cero no existe porque, al final, influye la determinación brutal de personas individuales y hasta incontrolables, hay que empezar desde la educación hasta la prevención y la represión a atajar una delincuencia que se inyecta en el que debiera ser un hogar, esto es, un espacio de calidez y de amor. Cuando las pasiones más abyectas toman las riendas, surge la amenaza a las víctimas.

Si bien la eficiencia es un objetivo difícilmente alcanzable, sí hay que caminar desde la sensibilización en la escuela, la formación a los adolescentes y la información permanente para buscar un efecto preventivo y también disuasorio. No hay que escatimar recursos ni profesionalidad, porque la integridad individual y social está en juego.

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