Opinión
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  • Diario del Altoaragón

Pensar en lo propio y en lo colectivo

Los primeros incendios en serie, las dificultades para respirar por remotos fuegos, el agobio del calor que se acrecienta con la contemplación de los termómetros nos recuerdan la responsabilidad que tenemos tanto en lo individual como en lo colectivo. Decía el poeta Juvenal que las bromas son como la sal, que hay que tomarlas con precaución, y de hecho estas olas de calor y sus potenciales repercusiones no han de tomarse a chiste, porque la relajación puede derivar en drama y extremarse hasta la tragedia. De ahí que la prevención haya de ser una prioridad.

Cuando los rigores del estío nos otorgan el beneficio hoy de su anuncio a través de los medios de comunicación, la posición de prevengan es la más idónea. Negar la evidencia no es una solución. Como esgrime el viejo proverbio, no hables mal del puente hasta haber cruzado el río. En nuestro transcurso vital, contraemos una obligación ética que es la de evitar todos los riesgos en lo individual y en lo colectivo. Exactamente igual que la mejora de la comunidad pasa indefectiblemente por la optimización de nuestros comportamientos y conductas, es la sensibilidad hacia los potenciales riesgos por las condiciones meteorológicas extremas la que ha de propiciar el efecto recomendable de adelantarse con la mesura y la planificación de los hábitos más seguros a cualquier contingencia indeseada. La conciencia ha de servir para nuestra integridad y, por extensión, la del territorio y la del planeta. El cambio climático, la amenaza a las masas forestales y, en general, la exposición a las más abruptas agresiones naturales o artificiales nos exigen cordura, reflexión y acción. La mejor lucha contra los elementos es aquella que adecua las respuestas a su naturaleza, que es coherente con la preservación de lo propio y de lo general.