Opinión
Por
  • JAUME CATALÁN DÍAZ

Dignidad e indignidad

La dignidad de una democracia -que no deja de ser algo colectivo, formado por las dignidades individuales de las personas que la integran- difícilmente puede medirse por la aceptación o rechazo de una donación, o por muy multimillonario que sea el donante.

Por principio todas las democracias son dignas, siempre y cuando su origen y el ejercicio del poder, que de ellas se deriva, sean legítimos. Origen y ejercicio legítimos de los que algunos regímenes que se llaman democracias, por muy populares que se definan, difícilmente pueden sentirse depositarios.

Como la dignidad o indignidad de una democracia no la otorgan los votos por mayoritarios que sean, habrá que acudir, para poder emitir esos calificativos, a las realidades que diariamente se viven en el seno de esos regímenes que son, o pretenden ser, democráticos. Y en esas realidades, los protagonistas son, somos, los individuos.