Opinión
Por
  • FERNANDO JÁUREGUI

Dos meses perdidos

Dos meses perdidos
Dos meses perdidos

Dos meses después de las elecciones generales, nada parece haberse resuelto. Dos meses perdidos. Estamos ante la amenaza procedente del Gobierno de que hayan de repetirse los comicios en otoño si nadie da su brazo a torcer. Es decir, si Podemos, cada día más amenazante si no logra ministerios en el futuro Gobierno, no da su brazo a torcer. Si Ciudadanos y el Partido Popular, a los que Pedro Sánchez pide que se abstengan para no tener que formar un nuevo "Gobierno Frankenstein", no dan su brazo a torcer. Y si el propio Pedro Sánchez, que no ofrece nada a cambio de que le apoyen, excepto no tener que volver a las urnas, lo que sería un bochorno nacional, no da su brazo a torcer.

Cuánto siento decirlo, pero lo único que se mueve, no sé aún si para mejor o peor, es el secesionismo catalán. Que tres de los políticos separatistas hayan pedido la abstención a la hora de la investidura de Sánchez, es toda una jugada. Lo que falta por ver es si es un indicio de que alguien está negociando con alguien de la "otra orilla" -lo que me parece obvio- o si, además, muestra que el secesionismo anda dividido, confuso, atemorizado ante la posibilidad de que algo aún peor le suceda tras la continua serie de errores cometidos desde hace dos años.

Creo que nadie en sus cabales dudaría de que el prestigio, ya antes no excesivo, de eso que dio en llamarse "clase política" no se ha visto precisamente acrecentado ante los ojos de los ciudadanos en estos dos meses de voces fatuas, silencios conspiratorios, contradicciones, ambiciones y falta absoluta de grandeza. Que la persecución de un ministerio -casi el que sea- pueda suponer prolongar esta parálisis hasta después de las vacaciones agosteñas debería dar vergüenza a quien parece aspirar tan solo a pisar moqueta. Que el PP y, sobre todo, Ciudadanos no sean capaces de bajarse del autobús del "no es no", que a todos nos lleva al barranco, produce estupefacción. Que Pedro Sánchez siga obsesionado en que todos faciliten su investidura, sin negociarla adecuadamente -ni el gobierno de Navarra quiere conceder a quien ganó las elecciones en aquella Comunidad--, causa desesperación.

En estos dos meses, Cataluña ha seguido alejándose del resto de los españoles -los desplantes al Rey por parte de esa desgracia ambulante llamada Quim Torra siguen--, las imprescindibles reformas han seguido estancadas, el Parlamento sigue inoperante, los jueces y los juristas prosiguen el eterno debate acerca de qué hay que hacer ante las grandes cuestiones planteadas --¿llegará "la sentencia" y seguiremos sin un Gobierno estable?--. Es decir, la crisis política está ahí, desde hace más de tres años, y parece haber venido para quedarse. El diagnóstico, a la vista de lo que estamos viviendo cada uno de estos días perdidos, no puede sino ser pesimista.