Opinión
Por
  • Diario del Altoaragón

El deber de agasajar a los que se sacrificaron

En la capacidad de adaptación a las circunstancias del ser humano, el tiempo difumina el dolor de los distintos desarraigos, sea de la tierra que nos vio nacer, sea de otras vicisitudes vitales. Y, sin embargo, la imperiosa exigencia de la integridad para no perder jirones de nuestra identidad demanda agarrarse a nuestros orígenes para volar con mayor solidez. Decía el poeta Octavio Paz que la libertad, para realizarse, debe bajar a la tierra y encarnar entre los hombres, porque no le hacen falta alas sino raíces. El Encuentro de Comunidades Aragonesas en el Exterior constituye la manifestación más hermosa de esa armonía entre la contribución a las regiones de acogida y el retorno periódico a la de procedencia, la que les vio nacer, crecer y partir. La diáspora lleva implícita una carga equilibrada de sacrificio y de sufrimiento, de miedo a la incertidumbre por delante y de lamento por el abandono de una parte consustancial de nuestro ser, pero también de ilusión por las repercusiones gratificantes. A través del desempeño personal y profesional, ayudan a su entorno habitual y, de paso, vuelven a Aragón con la satisfacción de que puede sentirse muy orgulloso de ellos, en la correspondencia mutua del viaje de los hijos pródigos.

Las Comunidades Aragonesas en el Exterior, en este hermoso ejercicio de la rotación para distribuir las emociones, los sentimientos y las expresiones, se han convertido en una gran familia que visita anualmente una ciudad o un pueblo, un espacio entrañable en el que sentirse en casa. Hoy, en Huesca, serán más de 1.700 los que arrancarán un programa plagado de autenticidad, de amistad, de reconocimiento, de valor y de generosidad. Vienen con sus premios y con su voluntad de reafirmar su aragonesismo. Nuestro deber es acogerles, agasajarles y agradecerles. Feliz estancia.