Opinión
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  • Diario del Altoaragón

El oso, el lobo y la fluidez

Aseguraba Antonio Gaudí, reconocido como uno de los grandes exponentes históricos de la inspiración de la naturaleza en la arquitectura, que aquella es un libro que siempre está abierto y hay que leer. Conviene afrontar su observación y la búsqueda de las lecciones sin prejuicios ni estereotipos, sin forzar las situaciones, con la fluidez que, sin lugar a dudas, confiere a todos los actos humanos y a todas las evoluciones medioambientales la armonía. Con buena intención, se puede buscar el equilibrio pensando en el retrato de antaño de los parajes, de las montañas y de los ríos, pero existe una regla que jamás puede ser vulnerada: es imprescindible concebir las consecuencias de las acciones, porque no existe una medida de incorporación al hábitat que no arrastre un efecto, ora virtuoso, ora perjudicial.

La preservación del medio ambiente constituye una responsabilidad tan alta que no puede estar sometida a dogmatismos, a ideologías o a verdades controvertibles. Ha de ser fruto del análisis, del conocimiento del territorio y del concepto de que, allí donde el ser humano está instalado desde hace siglos, la coexistencia ha de regirse por los principios de la seguridad y de la compatibilidad con el desempeño de los pueblos en las labores para su supervivencia y su dignidad. A todos nos gusta la riqueza faunística y natural, pero hemos de ser conscientes de las repercusiones que determinadas decisiones conllevan.

El oso y el lobo son dos especies que todos admiramos, pero que engendran una sensación y una certeza de inseguridad para ganados y, en última instancia, para la integridad personal. De ahí que exista una ruptura del principio de la fluidez y de una lectura cuanto menos discutible de su conveniencia Probablemente, hay que reflexionar antes de volver a actuar.