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Un aniversario con una gran enjundia

El humor es enormemente sano y nos permite relativizar cuestiones que, probablemente, no alberguen una gran trascendencia. Sin embargo, cuando tiene una influencia real sobre cuestiones fundamentales, hay que matizarlo o, cuando menos, minimizar sus efectos. Se agradece que, tras cincuenta años de la llegada del hombre a la Luna, los chistes sean capaces de ridiculizar las estultas versiones de quienes todavía sostienen –y no enmiendan- su idea de que aquello fue un montaje, pese a haber invertido ingentes cantidades de dinero del PIB estadounidense y empleado en la misión a cientos de miles de personas. Y, sin embargo, en el Planetario de Aragón, como en tantos y tantos lugares del mundo, se ha celebrado aquel hito como lo merece, con alegría y la enorme responsabilidad que han asumido de divulgar y de contribuir a aspectos como la investigación.

Tal y como señalaba Carlos Garcés recientemente en nuestro diario, las expediciones de los Apolo coadyuvaron a nuestra consciencia, a través de la visión, de la Tierra en medio del espacio. Pero es que, además, mucho más allá de las carreras que hoy sustancian no sólo las grandes potencias sino también particulares como Musk, Branson y Bezzos para organizar viajes por el espacio con o sin destino Marte, el trabajo en torno a las ciencias que confluyen en esta disciplina aportan a través de las investigaciones descubrimientos que son sustantivos para el presente y el futuro de la humanidad, y especialmente para la concepción del planeta de las generaciones que están por venir. Reconocer la base, aquellos primeros pasos de Armb y Aldrin, es un punto de partida sin el cual difícilmente podremos abrazar avances hoy insospechados.

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