Opinión
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  • DIARIO DEL ALTOARAGÓN

La longaniza bien merece una fiesta

D ENTRO de las apreciables acciones de exaltación de la identidad de nuestras señas propias, constituye una parte indisoluble de la cultura reconocer el valor de los productos más emblemáticos, singulares. Es lo que sucede con el tomate rosa como demostró el viernes ese icono del comercio oscense que es El Encanto del Barrio de Toño y Macu. Lo ha reflejado también la Longaniza de Graus, que es el reflejo de la conjunción de una actividad primaria –la crianza ganadera-, la transformación a través del conocimiento y la comercialización y proyección turística cuando se adquiere la consciencia plena de que se ha alumbrado una delicia que, además, es diferencial a través de la virtuosa vía de la autenticidad.

La concurrencia de todos los elementos en este proceso concita la presencia de miles de personas atraídas por el apego a la tierra de unos fabricantes que han ejercido de motor de desarrollo, de riqueza y de puestos de trabajo en la elaboración, la distribución y la promoción, más de un cuarto de siglo después de su asociación y como sentido homenaje permanente a sus impulsores, en un caso más que centenario y en el resto con un arraigo extraordinario. La presencia de Manuel Campo Vidal, símbolo de la diáspora que hubieron de afrontar cientos de miles de aragoneses, de la aplicación para aprovechar las oportunidades, de la competencia profesional líder y de la consciencia de la urgencia de corregir los efectos perniciosos de las tendencias para la "España Vaciada", constituye la exhibición de una de las fortalezas de los individuos y los grupos con afán de avanzar: la observación. Valores, todos ellos, que han erigido y seguirán haciéndolo el carácter de tradición de una fiesta imprescindible.