Opinión
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  • Diario del Altoaragón

Jaca abrió antes las puertas al mundo

En los tempranos sesenta, los jaqueses quedaron impresionados por el desfile por las calles de cientos de exponentes del folclore de países de los cinco continentes. En una España opaca, las manifestaciones identitarias se erigían en el percutor con el que permeabilizar las fronteras para insuflar cultura y conocimiento de la pluralidad, que no se circunscribía -solo- a las nacionalidades, sino también a las etnias, a las religiones e incluso a las formas de entender la vida y las relaciones personales. Nos cuesta echar la vista atrás y reconocer que, hace más de medio siglo, nuestros predecesores eran capaces de aplicarse con una audacia superior a la que nuestra autocomplacencia nos induce ahora, acríticos y seguidistas de las tendencias instaladas en medio de una atmósfera mucho menos propicia al aperturismo.

Muy pronto, tal y como revela el libro y los relatos del cincuentenario del Festival Folklórico de los Pirineos, el cromatismo de los orígenes fue enriqueciéndose paralelamente a las procedencias de los grupos, felices de participar en un destino acogedor como es Jaca, que empezó a superar con matrícula de honor la asignatura de la diversidad y las materias fundamentales que la componen, la empatía y la convivencia. La normalización en las relaciones dentro de cada una de las ediciones contrastaba con el exotismo que, en otros lares del país, desprendía la presencia de pieles de distinta tonalidad e idiomas diferentes, de tal guisa que la "torre de babel" jaquesa era objeto de admiración por su atrevimiento y por las lecciones de pluralidad que ofrecía a sus ciudadanos, cosmopolitas en sus propias raíces. El Festival sigue obrando el milagro de la comprensión en un abrazo en torno a la belleza, la música y el movimiento. Un lienzo sublime comprometido en su proyección espacial y temporal.