Opinión
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  • Diario del Altoaragón

Cuando las fiestas perfilan la cara funesta

Las acciones que contravienen la ley o la ética constituyen responsabilidad exclusiva del comitente y no son proyectables a un grupo ni una comunidad, salvo que hubiera complicidad (plano legal) o connivencia (ámbito de la ética). Sin embargo, toda sociedad crítica y reflexiva debe saber interpretar los sucesos o acontecimientos que afectan la convivencia, en el grado e intensidad proporcional hasta la tragedia, el más grave. La muerte de un joven de 39 años en San Lorenzo supone un baldón para la ciudad, que legítima y verídicamente defiende su carácter apacible como lo hacen sus instituciones al recalcar en sus balances la ausencia de incidentes significativos.

Negar que, en la muchedumbre, los comportamientos no pueden ser homogéneamente ejemplares es no conocer la condición humana. Perseguir las conductas deleznables es un objetivo no sólo de la administración, sino de nuestra propia conciencia cívica. De todos. Convertir una semana tradicionalmente llamada al respeto y la alegría en un escenario tan bullicioso como admirable es un desafío hercúleo pero alcanzable. Pero, en primer lugar, habrá que realizar un diagnóstico que incluye el análisis de un evento como el laurentino y de la sociología en general. Y, a continuación, seguir profundizando en conceptos como el disfrute saludable y apacible en la calle y en todos los lugares donde se vive la programación o el encuentro de las personas. En una traslación generacional perniciosa, hemos abrazado el "mérito" de sacralizar el consumo de alcohol y alucinógenos como vehículo básico para la diversión y la desinhibición. Y, ayudados por las nuevas tecnologías, hemos propiciado la trivialización de la violencia. En actitud acomodaticia, podemos aislar este caso. Hasta el siguiente, que ojalá no. Pero asumiremos el riesgo de la cara funesta de la fiesta.