Opinión
Por
  • ENRIQUE SERBETO

Plácido Domingo

A riesgo de ser un tanto reiterativo, porque están los periódicos llenos estos días de comentarios sobre el caso de las acusaciones contra Plácido Domingo, me atreveré a entrar en este tema, a encararlo como se habría dicho hace tiempo, porque ya se sabe que es un terreno sembrado de minas dialécticas. Lo malo de esta discusión sobre el fenómeno del "yo también" que se ha extendido a la velocidad de twitter, es que se parte de una grave confusión. Las relaciones entre hombres y mujeres (incluyan ustedes también las demás combinaciones de género) son prácticamente lo más personal y privado que hay en nuestro comportamiento. Por eso se llaman "íntimas". Eso no quiere decir que escapen de las reglas básicas de la convivencia racional, pero tampoco se pueden regular con normas generales públicas, porque entonces ya serían otra cosa. Los jóvenes ya no necesitarían una educación sexual, sino que previamente deberían ser iniciados en el derecho, por lo que pueda pasar. Que cambie la percepción general respecto a ciertos comportamientos que sí son necesariamente públicos -por ejemplo los antaño castizos y ahora denostados piropos- es normal y ha pasado toda la vida. Pero esto de imponer ahora reglas inquisitoriales públicas ¡y con efecto retroactivo! a las interacciones personales entre mujeres y hombres yo creo que no había pasado nunca y que contiene una dosis de fariseísmo muy relevante.

Podría contar, por ejemplo, que tengo una amiga que para pasar la ITV de su coche, que ya está un poco anticuado, lo que hace es vestirse como si fuera a una discoteca el fin de semana y consigue que el operario la mire más a ella que a los intermitentes. Pero no aspiro a que la detengan o a que la condenen socialmente por acoso. Y alguien me responderá que la solución es que pongan entonces también mujeres operarias en la inspección, para que sean inmunes a esta estratagema. ¡Pues vaya! Y eso me lleva al estrambótico caso que se dio el otro día cuando por primera vez un árbitro mujer (¿o debo decir "árbitra"?) pudo pitar una final de fútbol masculino a escala europea. ¿La igualdad será entonces cuando los equipos de fútbol tengan tantos hombres como mujeres? Pienso en la época en la que vivió mi madre o en la juventud de mis hermanas y no me las imagino de ninguna manera soñando con ser árbitros de fútbol. En general creo que odiaban el balompié porque frente al entusiasmo de muchos hombres, lo veían como algo ajeno en lo que no les interesaba lo más mínimo participar. Tal vez muchas vivían sometidas al criterio de sus maridos, de los hombres en general, y seguían un papel que estos les imponían. Está bien que eso haya terminado. Pero me temo que para muchas sigue la sumisión. Si antes estaban forzadas a ser lo que los hombres querían que fuesen, ahora es esta élite de talibanes (¿debería decir "talibanas"?) del "yo también" la que decide lo que deben o no deben ser las mujeres. Y así han acabado arbitrando partidos de fútbol y destrozando la reputación de uno de los mejores cantantes de ópera de la historia. Y puede que también trabajando en la línea de inspección de las ITV revisando los frenos de los coches viejos. ¿Para eso sirve de verdad la igualdad?