Opinión
Por
  • MARIANO RAMÓN

Toros

Me considero uno de esos españoles que sienten la emoción suscitada en la lidia por un toro bravo. Yo no soy asiduo a las corridas de toros por imperativo de la edad y tampoco tengo ocasiones a mi alcance y ni siquiera soy lector de las reseñas mediáticas. Estos días y por más que me miro en el espejo no aprecio en mi rostro rasgo alguno de esos que Lombrosso atribuía a los delincuentes, a pesar que el otro día un grupo de personas que dicen ser defensoras de los animales y por ende antitaurinos, nos llamaron en su momento asesinos a cuantos nos dirigíamos a la plaza de toros. Estos vociferantes no entienden que el toreo es un duelo cargado de estética y de emoción entre el instinto animal de una bestia criada a campo abierto y la razón del hombre, que acaba con la vida de uno de los dos contendientes. De ahí que cada espectador y a su manera, participe en el duelo. Acabada la función queda en el ánimo de los aficionados un rescoldo de emoción, a diferencia del fútbol que al cabo del partido algunos forofos no vacilan en enfrentarse abiertamente entre sí. Y sin embargo no se ven manifestaciones antibalompédicas a las puertas de los estadios llamando bárbaros a quienes se dirigen a presenciar las filigranas de sus ídolos.

Las corridas de toros perdurarán en tanto que los toros no se aborreguen y las corridas no se transformen en meros espectáculos carentes de emoción. Sépanlo bien sus detractores y no pierdan el tiempo exhibiendo pancartas, pero sobre todo no agravien con sus insultos a quienes discrepamos de sus credos. Como tantas otras querencias personales también la taurina está pasando de largo por mi existencia, pero como suele decirse que donde hay mata hay patata añadiré que mi mata taurófila tiene viejas y hondas raíces.