Opinión
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La metamorfosis de la montaña

La montaña simboliza en multitud de pueblos la cercanía con la divinidad, con lo espiritual, pero en los tiempos actuales nuestro carácter más prosaico y material nos conduce a atribuirle sobre todo propiedades terapéuticas a través del ocio, de la aventura, de la contemplación relajante, de la admiración de su belleza extrema o recoleta. Cuando la conformación a través de los milenios entrega una majestuosidad como la de nuestros Pirineos, desprende un magnetismo tan irresistible que los ritmos apacibles de los días valle se erigen en una población exagerada los fines de semana. Y, en esa dualidad, paradójicamente la naturaleza registra una metamorfosis por la que el disfrute puede confluir en riesgo, en drama y hasta en tragedia.

Cuando todavía no se había contabilizado el cuarto fallecido en apenas veinte días de agosto por accidentes, lóbrego suceso de ayer, el presidente de la Federación Aragonesa de Montaña exponía el peligro de las imprudencias en forma de incumplimiento de normas básicas que emanan del conocimiento y, en muchos casos, del sentido común, cuya línea vulneramos abruptamente en busca de emociones innecesarias, de sensaciones que acaban condenando a muchos al fin de sus existencias o a lesiones de gravedad.

No tiene sentido exponer la vida a una tirantez en la que acaba por perderse. Amar la montaña, querer al Pirineo, significa entender que hay que establecer una relación de armonía y de equilibrio en la que no tienen cabida las negligencias ni las locuras. Hay que adecuar la magnitud del reto a nuestras capacidades, a las habilidades de nuestra experiencia, a las condiciones generales y concretas de cada momento, al respeto al terreno. Vulnerar estas dimensiones nos guía a empezar a cavar nuestra senda natural de abrazo prolongado con el hábitat. Elijan Diario del AltoAragón