Opinión
Por
  • MIGUEL ÁNGEL LÓPEZ ÁLVAREZ

Carta de un pensionista

Este mes he cobrado mi primera pensión, o lo que es más emotivo: este mes he cobrado por primera vez un sueldo sin la obligación de ir a trabajar. La verdad es que llevo muchos años esperando poder disfrutar de esta única y extraordinaria experiencia vital en la que la sociedad te otorga algo de dinero y bastante libertad. Aunque debo confesar que después de más de 40 años pagando, pagando y pagando, no es raro (al menos para mí) que ese deseo haya llegado por fin a hacerse realidad.

Sin embargo, quiero dejar claro que tengo plena conciencia sobre el hecho de que mi respiración dependerá del esfuerzo y la solidaridad de todos aquellos que seguirán levantándose cada mañana para seguir generando el dinero necesario con el que se pueda seguir sufragando las necesidades básicas de tantos millones de personas, entre las que ahora me encuentro. Pienso que este último cuarto de vida me ofrece, si la salud quiere permitirlo, aprender a vivir sin las presiones diarias que minaban mi vida; a encontrarme otra vez con la risa y la sonrisa, sensaciones que aquellos que hemos cargado con responsabilidades habíamos perdido casi por completo; a contemplar el mundo desde esa atalaya que me debería procurar la paz y la tranquilidad necesaria para saborear los meses o los años que mi destino esté dispuesto a regalarme. Él sabrá lo que hace, es mi superior y lo asumo.

A pesar de la dificultad inducida por la obligación de tener que trabajar constantemente para mantener un poco de bienestar, siempre he sentido mi vida como un regalo maravilloso por haber nacido en esta parte del mundo donde se come tres veces al día, todos los días; donde un médico te ayuda a alargar tu vida cada vez que te pones enfermo; donde hay un grifo que dispensa agua caliente y un radiador que emite calor con el que paliar el frío. En fin, la concesión de la mejor de las vidas la he tenido yo, una vida sencilla en un mundo privilegiado.

Dicho esto, el verdadero sentido de esta carta es deciros algo a todos los contribuyentes, sobre todo a aquellos que iniciáis el proceso de la economía real; a esos más de tres millones de empresarios que dais trabajo a otros trece millones de currantes que generáis cada día el dinero suficiente para mantener al resto de la sociedad. Me gustaría deciros que tenéis y tendréis mientras viva mi reconocimiento, agradecimiento, admiración y el mayor de mis respetos por hacer un sacrificio tan grande como extraordinario. Me gustaría deciros también que lamento profundamente que este sacrificio se vea tan silenciado e infravalorado por tantas y tantas personas que no han entendido aún (o no han querido entender) que sois el grupo de seres humanos más sagrado del universo. Que sin vosotros hace tiempo que los demás hubieran dejado de existir. Que vuestro esfuerzo diario hace que el sol siga saliendo cada día para todos.

Para vosotros y solo para vosotros: gracias, gracias y mil veces, gracias.