Opinión
Por
  • RAMÓN RALLUY

El hechizo político

Embaucar, seducir, fascinar, pueden ser sinónimos de hechizar. Cuidado con éstas palabras que definen claramente, por los derroteros que nos pueden llevar cuando la persona es sugestionada por entes políticos, o personas que se valen de su superioridad cognitiva y con claros tintes de dominio sobre ciudadanos de baja autoestima, imponiendo sus criterios para arrastrar a las masas para conseguir un fin determinado.

Lo palpamos con el bombardeo continuado en campañas políticas, algunas necesarias, respetuosas coherentes, sosegadas, instructivas, pacifistas y buenas conductoras de la ciudadanía, otras pueden ser todo lo contrario. El ciudadano no debe de amedrentarse ante semejante presión coherente o incoherente y ser él, el que sepa distinguir lo bueno de lo malo, la buena marcha, de la desviada o la verdad sobre la mentira.

El mentir descaradamente, desacredita a la persona, y al individuo se le juzga de ser poco fiable, por eso no dejarse tomar el pelo, ante propuestas vacías, y contrarias a la convivencia. Tenemos que ser fuertes para no caer en los tentáculos de los avispados, que pretenden introducirnos en el hechizo político, siendo esclavos de la voluntad de los demás.

Debemos hacer patria, qué duda cabe, pertenecemos a la patria universal, que es nuestro planeta, todos tenemos derecho de usarlo, a comer de él, de disfrutarlo; pero también tenemos el deber de conservarlo. Luego seguimos perteneciendo al orden político marcado a través de los tiempos donde las fronteras han sufrido importantes cambios. Nuestra patria reconocida es la nación donde vivimos. Ésta patria tiene que ser el cobijo donde refugiarnos ante adversidades acaecidas, bien por fenómenos naturales o por ataques de nuestros propios congéneres y debe de estar unida para acometer los acontecimientos que pueden surgir.

Crear convivencia, empatía, respetar las leyes, ser solidarios y comprometidos con el prójimo, debería de ser el eslabón que debería de restaurarse, si se rompe.

Hay que tener en cuenta que los puentes dañados por avenidas indeseables hay que restaurarlos -amén- de hacerlos más fuertes y sólidos para poder transitarlos toda persona de bien y toda aquella que a veces ha podido desviarse confundida y perdida en el gran bosque de las incongruencias políticas.