Opinión
Por
  • MIGUEL ÁNGEL DE UÑA

Neocaciquismo

En cualquier libro de citas, encontrarán dos habituales: Oscar Wilde y Bernard Shaw. Sin rubor puede usted colgarles cualquier cita posible, porque podría haber salido de sus bocas, tal era su facundia. De Bernard Shaw se cuenta que en una cena con empiringotadas damas victorianas se hablaba de la prostitución con el evidente horror escrito en los rostros de tan dignas comensales. Bernard Shaw se dirigió a la que llevaba la voz cantante del sofoco colectivo y le preguntó si se acostaría con él por una libra. Evidentemente se ganó un rechazo rotundo por parte de la aludida, con el consiguiente "¡Por quién me ha tomado!". Shaw le dijo entonces si se acostaría con él por un millón de libras, fortuna digna de un marajá. Se borró la previa indignación y, meliflua y pícaramente, contestó: "Hombre, por esa cantidad..." Bernard Shaw remató diciendo: "Ahora que sabemos lo que es usted, comencemos a regatear". Esta anécdota me ha venido a la cabeza cuando he visto la actitud de un diputado de nombre Guitarte que afirma que 20.000 turolenses han decidido dar su voto a Pedro Sánchez tras haber conseguido un conjunto de prebendas para su provincia. Se supone que los motivos para la elección de un presidente de gobierno son otros que conseguir un precio determinado por su voto, pero el señor Guitarte ha decidió regatear un precio adecuado, y parece que lo ha conseguido más rápidamente que Bernard Shaw con la dama aludida.

El caciquismo es una condición presente en la política en todo tipo de sociedades, desde la límpida Ática de Pericles al sucio clientelismo republicano en Roma, rematando con el democrático quehacer del boss Kennedy para lograr la elección de sus hijos, sin olvidar el papel de todos los lobbys que circulan por Bruselas o el Capitolio. No es pues una práctica estrictamente española, pero todos creemos que es uno de los males propios de nuestra menguada patria, desde que el Regeneracionismo lo puso en el centro de la diana de las elucubraciones de estos nuevos arbitristas que animaron el paso del siglo XIX al XX, de Unamuno a Costa, con codas tan interesantes como Ortega. El caciquismo exigía una persona sumisa al poder, con suficiente influencia en su medio, rural como era la España de entonces, que comprara voluntades en favor de su señorito político. Y si no podía con razones, lo hiciera con duros. En pocos extremos se llegó a la porra, lo que hizo especialmente eficaz ese sistema durante los casi sesenta años que duró la Restauración. En cada provincia, un cacique por los conservadores y otro por los liberales y así fuimos tirando seis décadas. Un ferrocarril aquí, una carretera allá, una fuente, un canal, puestos de trabajo, funcionarios de los míos… el cacique tenía que devolver parte de lo prometido aunque no siempre fuera lo más perentorio ni para el país ni para el paisanaje. No importaba tanto la utilidad como que el cacique y sus clientes estuvieran satisfechos. Y así un mapa de caciquismo nos da a un duque de Tamames en Salamanca, un Romanones en Guadalajara, un Camo en Huesca, un Castel en Teruel y así hasta no menos de un centenar de prohombres, entregando su decencia y la de los electores por su partido político.

Castel González de Amézua fue el cacique del partido conservador en el distrito electoral de Montalbán, asegurando sus mayorías entre 1899 y 1923. Pueden ver en wikipedia lo que consiguió para su provincia y para la ciudad del Torico. Fue denunciado por la prensa republicana de comprar voluntades y votos cuando fue preciso. Hoy no es necesario comprar en aquel sentido literal de la España rural, empobrecida, embrutecida, indocta que denunciaban nuestros hombres del 98. Basta con azuzar el sentido de víctima que todos llevamos dentro y que determina una de las características de nuestra actual sociedad: el hecho de que todos seamos víctimas de algo o de alguien, cuanto más indefinido mejor. Todos tenemos un persecutor al que culpar de nuestras penas, incluso de nuestros errores más evidentes. Veamos el éxito logrado por el "España nos roba". Los turolenses son víctimas de ser parte fundamental de la "España vaciada". Alguien determinó en no tan lejanos despachos, se les ubica entre Castellana y Chamartín, que en Teruel se vivía mejor que en Valencia, que eso era intolerable y que había que vaciarla, haciendo que a orillas del Turia haya más turolenses que en la provincia entera con sus 14.000 kilómetros cuadrados. Dado que nos han vaciado, algo nos deben. Y en eso aparece el remedo de aquel Castel que aseguraba mayorías para los señoritos conservadores de Madriz, Madrit o como se diga ese lugar lleno de despachos vaciadores. La copia se llama Guitarte y tal como la señora empiringotada de Shaw ha conseguido un precio, descubriendo así cual es su finalidad en la política y con ese descubrimiento, su carácter.

Hay una moraleja añadida. Carlos Castel murió en la miseria y la Diputación de Teruel aprobó una pensión vitalicia para su viuda en agradecimiento a la labor desarrollada por su marido en beneficio de Teruel. Por lo que leo en los periódicos, al diputado Guitarte no le va a pasar lo mismo. El neocacique ha aprendido la lección, aparentemente el pueblo al que pastorea, no.