Opinión
Por
  • Diario del Altoaragón

Un retrato en la manifestación de Bilbao

H UBO muchos años en los que las manifestaciones de los proetarras eran exclusivamente secundadas por sus acólitos. Ni siquiera quienes agitaban el árbol para que cayeran las nueces, los denominados –dudosamente- nacionalistas moderados, osaban expresar cualquier cercanía con quienes alentaban el terrorismo. Posteriormente, el fenómeno Egibar viró la voluntad del aparato peneuvista y alinearon parte de sus objetivos con los de los abertzales, hasta el punto de reivindicar incluso el término para sí mismos. Hoy, la irreflexividad con la que se expresan algunas de las nuevas fuerzas políticas y el sentido destructivo de otras viejas con servicios poco discutibles en la historia de España ha contribuido a engrosar una concentración que es una ofensa a las víctimas del terrorismo y, con ellas, a todos los españoles de bien con conceptos claros sobre la inmoralidad –además de la ilegalidad- de la violencia y sobre la indignidad de buscar a través del asesinato, el secuestro y la extorsión réditos políticos.

Es, además, un ejercicio cívico indispensable informarse e informar sobre detalles como el cerca del millar de españoles asesinados por los terroristas y, con la misma intensidad en la memoria, los tres centenares de casos todavía sin resolver policial y judicialmente. A los familiares y allegados de aquellos y de éstos, a todos los que nos hemos estremecido en los funerales y en la tristeza de los durísimos años de bombas y tiroteos, tendrá que explicar Podemos –de ERC, con su trayectoria, no cabe esperar demasiado- su asistencia a un acto en el que Otegi, terrorista condenado que fue e inspirador de tantos desmanes incluso hoy, tuvo el cuajo de reclamar una nueva política penitenciaria para acabar con la dispersión, la libertad de los presos y la vuelta de quienes huyeron de sus responsabilidades tras la comisión de delitos. Marchar con Otegi no tiene nombre. O sí. Es un retrato.