Opinión
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  • Diario del Altoaragón

Incluso Venezuela divide a España

España fue acogida con alegría el 1 de enero de 1986 por parte de la Unión Europea, a la que se incorporaba después de muchos años de pretensiones vacuas por el hecho indispensable en la configuración de la estructura supranacional de la disponibilidad de una democracia, de un Estado de Derecho cuya soberanía reside en el pueblo y que respeta la separación de poderes. La UE recibió lustros después el Premio Nobel de la Paz precisamente por su contribución a los valores de la libertad y de los derechos, materializados en los regímenes democráticos. Un sencillo ejercicio de coherencia reclama que el camino no se tuerza por conveniencias espurias, sean de carácter ideológico, sean de tipo económico. Si se incurre en la incongruencia, la autoridad se difumina para quedarse simplemente en poder, y en este concepto cabe, o no, la legitimidad.

Nuestro país está en una etapa de rupturas. Entre el diálogo y la confrontación, se elige irresponsablemente la segunda opción. Entre los intereses generales y las banderías, se impone el sectarismo. Entre la razón y la demagogia, se escoge esta última. Se malea el marketing para aplicar sus peores prácticas con intención ventajista. Venezuela, hoy, no es una democracia y el absurdo abuso de Maduro y del chavismo lo ha empobrecido. Más allá de los extremismos, España no puede convivir o asumir esa realidad. Por compromiso histórico y por respeto al pueblo venezolano, que padece un ambiente guerracivilista violento y de podredumbre. No se puede ser equidistante entre las veleidades dictatoriales y los anhelos de recuperar la soberanía de los ciudadanos. Y ahí no sirven los juegos del escondite, sino tan sólo la transparencia, que, como sabemos, entra dentro de la mejor tradición de cualquier escenario de libertades y de derechos.