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La liberación de Auschwitz

Quiero que nada se olvide, que sirva para prevenir otra tempestad de odio. Quien así se pronuncia es Ita Bartuv, superviviente del Holocausto, en "El Mundo" por la conmemoración del 75 aniversario de la liberación de Auschwitz. Las víctimas de uno de los más crueles exterminios de la historia de la humanidad han saltado al primer plano para dar una lección de vida para la que tienen la máxima autoridad precisamente porque han soportado y aprendido de la sistematización de la muerte. Han sido, como explicaba Viktor Frankl en "El hombre en busca de sentido", personas que encontraron en la voluntad la proyección de sus existencias para salir hacia delante, eso sí, con todas las llagas en el ánimo y en el corazón por las atrocidades sufridas. Y, una vez encontrada la normalidad posible tras las terribles vivencias, nos han entregado el que Jesús Inglada denomina el "mandato ético" que tan bien definió Jorge Semprún: "Todas las memorias europeas de la resistencia y del sufrimiento sólo tendrán, como último refugio y baluarte, la memoria judía del exterminio". Como señala Theodor Adorno, ese imperativo ha de perseguir como objetivo ineludible "pensar y actuar de modo que Auschwitz no se repita".

El actual estado de la humanidad engendra no pocas dudas e inquietudes sobre el aprendizaje del pasado. Seis millones de personas eliminadas en una tragedia impropia de la condición humana deben ser seis millones de razones para desechar cualquier tentación supremacista que, progresivamente, se apodere del ánimo colectivo para degenerar en una confrontación de incalculables consecuencias. Baudelaire decía que el odio es ese borracho de taberna que renueva constantemente su sed con la bebida. La memoria, la ética y la razón son el antídoto. Practiquemos.

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