Opinión
Por
  • ANTONIO NADAL PERÍA

Espectadores irrespetuosos

Ha sido noticia local y nacional que Lola Herrera interrumpió la representación teatral de "5 horas con Mario" en Zaragoza por culpa de un móvil que sonaba insistentemente. La mala educación de algunos espectadores acabará con la asistencia a salas de cine y de teatro porque cada día resulta más incómodo. Tampoco es apetecible ver películas de cine en las televisiones privadas, porque las interrumpen tres o cuatro veces con seis o siete minutos de anuncios en cada ocasión. Las interrupciones en un espectáculo rompen con la atención, la tensión y el interés que se requiere por parte del espectador. Nadie escribe un guión, una historia, pensando en qué momentos se corta para anuncios o malas prácticas de los espectadores. Tampoco se escribe la música que acompaña a la historia para que sea interrumpida por cualquier motivo imprevisto o vaya acompañada de ruidos. Hoy por hoy todavía se puede ir tranquilamente al teatro, a pesar de algunos incidentes con los móviles, pero en las salas de cine cada vez es más difícil. No sólo suenan los móviles por llamadas o mensajes, hay siempre algunos espectadores que de vez en cuando consultan el aparato encendiendo la pantallas, se comen palomitas u otros contenidos en bolsas ruidosas, se habla, te dan patadas en el respaldo de la butaca. Hay espectadores que se creen con los mismos derechos que tienen en su casa y no respetan a los demás. Pagar para ocupar una butaca no da derecho a hacer lo que a cada uno le dé la gana si no respeta a los demás. Pero entre el cine y el teatro existe una gran diferencia, y es que una película no se interrumpe por el hecho de que e alguien moleste con su móvil o masticando comida, y en el teatro se encuentran los actores de cuerpo presente y necesitan una gran concentración para desarrollar su trabajo. Si esto no lo comprenden algunos espectadores o no están por la labor de respetarlo, mejor que se queden en su casa o se vayan a un bar, en donde más ruido no molesta. El problema del cine es que en las propias salas se venden las palomitas en el vestíbulo, y algunos espectadores las traen de fuera. Incluso se promocionan películas con la inclusión de un paquete de palomitas como si formasen parte del espectáculo. Antes las salas de cine olían a ambientador, ahora a palomitas. No entiendo que la gente vaya a comer a un cine y que sean precisamente las palomitas el artículo preferido por la maldita culpa de una ciudadana de Missouri que convenció en el año 1931 al dueño de unos teatros que le permitiera montar un carrito de palomitas en el interior de sus locales. Se consideró entonces que las palomitas era una forma económica de engañar al estómago tras el crack del 29. Ahora no es un recurso económico para engañar al estómago, sino mimetismo, pues un paquete de palomitas y un refresco valen tanto o más que una entrada de cine.