Opinión
Por
  • VENANCIO RODRÍGUEZ SANZ

El don del tomillo

Cuenta una antigua leyenda, que una humilde mata era rechazada por las demás flores silvestres por su escasa vistosidad. Orgullosas de ser escogidas para adornar los mejores jardines, las plantas se le reían y mofaban por su pequeño tamaño y el pálido brillo de sus brotes. Ella se sentía muy acomplejada debido a este hecho y, viéndose marginada por sus congéneres, se separó de ellas buscando la felicidad en el bosque. Pero, como era tan pequeña y sensible, las demás especies se le apoderaban, no le dejaban respirar. De modo que probó suerte yéndose a vivir a la alta montaña, pero allí el clima era tan extremo, que se moría de frío. Triste y apesadumbrada, marginada por todos, como último recurso se apartó a la soledad de Los Monegros y allí sí consiguió agarrar. Aunque el medio era hostil debido la falta de agua, como estaba tan acostumbrada a los sacrificios, se adaptó muy bien al medio. Pronto, las abejas y otros insectos se mudaron a los alrededores de ella y le hacían fiestas y la polinizaban y esas cosas. Hasta que un día, unos humanos descubrieron que esta modesta mata a la que llamaron tomillo, tenía poderes curativos. Y a partir de entonces la tuvieron en mucha estima y consideración. Aunque, lo que muy pocos saben, es que el hecho de tanto sufrir, hizo que esta sencilla mata desarrollara el sagrado don de la comprensión. De ahí le viene al tomillo sus grandes facultades curativas. Por cierto, hace poco me dijo que se siente muy feliz de ser útil a los demás...