Opinión
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  • Diario del Altoaragón

Día del Niño con Cáncer, el esfuerzo irrenunciable

Cuando Izas la Princesa Guisante o Aspanoa, entre tantas y tantas organizaciones admirables, organizan actividades de concienciación como el Día del Niño con Cáncer, nos están poniendo a todos ante el espejo de nuestras responsabilidades colectivas y también de nuestras sensibilidades individuales. La salud ética de nuestra sociedad y la de las personas tiene unos parámetros de definición gráficos en la metáfora: si somos capaces de sostener que hacemos cuanto está en nuestras manos para evitar el sufrimiento (el dolor es un estado físico sobre el que no siempre tenemos un control, pero el padecimiento incorpora otras variables subjetivas y psicológicas) y para contribuir a la solución, podemos proclamar nuestra integridad. Por el contrario, si no actuamos ni por activa ni por pasiva, si no aportamos nuestro grano de arena, si no demandamos que se destine una mayor cantidad de las arcas públicas que nutrimos nosotros a la investigación, si no somos capaces de reivindicar la justicia y la justeza en la consignación presupuestaria para paliar estas situaciones, incurriremos en un debe con la condición humana.

El cáncer infantil representa, por la propia debilidad que se nos antoja en los pequeños cuerpos, una de las enfermedades más tristes que, consecuentemente, nos entrega la gran oportunidad de intentar destinar todos los recursos, todos los medios, a su disminución hacia el objetivo final de su erradicación. Muy probablemente, el cero sea una misión difícilmente alcanzable, que no imposible, en la actual realidad de la ciencia. Y, sin embargo, a nadie se le puede ocurrir una causa más noble y más hermosa por la que trabajar hercúleamente, conscientes de que en el camino se perderán muchas rosas y pincharán muchas espinas, pero la meta merece la pena.