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  • Diario del Altoaragón

El agricultor no compra milongas

El pensamiento adquirido en las aulas por todos los niños, adolescentes y jóvenes pasa en el agricultor el máster riguroso y severo de la madre naturaleza y de las barreras que se le interponen desde acá y desde acullá. El sol agrieta las componendas, el agua las pone a remojo, el viento airea los engaños y sólo el final de la cosecha pone la verdad en su justo lugar, allí donde se intercalan las razones del clima y el corazón que entiende dónde están quienes le valoran y dónde quienes añaden a la dificultad trampas, dónde convierten lo sencillo en complejo con pretensiones maniqueas. El contacto directo con los elementos que rigen desde la tierra y desde los cielos multiplica la perspicacia hasta el extremo. En este sentido, responden estos profesionales al prototipo de la persona creativa: capacidad de observación, mente amplia para atisbar las oportunidades de la versatilidad, instinto innato y tenacidad para identificar los objetivos, que se alinean con la sociedad a la que ponen la comida en la mesa.

Tienen, eso sí, unos principios que armonizan sus condiciones de homo sapiens con las de homo sentiens, y esa inteligencia emocional les permite robustez en sus convicciones, firmeza en la acción pero lealtad hacia el país en el que han rendido siglos y siglos de maravillosas hojas de servicios. A los agricultores de Aragón, de Extremadura y de toda España no se les puede vender milongas, porque no las compran. Porque están estupendamente formados y continuamente informados. Porque identifican dónde están las causas del aumento de los costes de producción y de la merma de sus ingresos. Y porque saben que, del crecimiento de sus plantas, dependerá al final la sostenibilidad del planeta y la justicia que sólo puede brotar de la fuente de la dignidad.

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