Opinión
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  • Diario del Altoaragón

El miedo y las incoherencias que matan

La alarma mata más que la enfermedad. Así ha sucedido a lo largo de los tiempos y ayer lo ratificaba respecto al coronavirus el expresidente del Gobierno, Felipe González, que aludía a ese terror a lo desconocido como una causa de un miedo paralizante que acaba con unas consecuencias trágicas. Es cierto que el desasosiego no conduce a una respuesta eficaz ante ninguna situación de la vida, y es muy contraproducente cuando tratamos de afrontar los retos que nos plantean las patologías recurrentes, aquellas que se suceden estacionalmente cada año, y también las emergentes, trufadas estas de la ignorancia respecto a su funcionamiento, a la eficiencia de sus tratamientos y a la temida posibilidad de que mute.

Bien es cierto que a la alarma se puede sumar otro factor destructivo, que es el de la desinformación, que a su vez puede multiplicar los efectos negativos cuando se aprecian incoherencias en las versiones. Suscita zozobra, y no poca, que la Organización Mundial de la Salud que asegura que en China se ha alcanzado según sus observadores el máximo pico y la tendencia es a la baja proclame ahora que hemos de estar preparados para una pandemia, que en su denotación académica promueve un pánico difícil de combatir. La crisis sanitaria que emanó, en medio del ocultismo en Wuhan -hasta el punto de que el galeno que la denunció. Li Wenliang, acabó falleciendo tras haber sido defenestrado y hasta negado su óbito-, tiene más sombras sobre su origen que certezas, en una constatación más del grave error cuando no maldad de poner un muro de opacidad frente a la transparencia. Hoy, el coronavirus hunde bolsas, cercena vidas, extiende la turbación y multiplica la desconfianza. Una gestión pésima azora al planeta. Y la transparencia es un imperativo para recobrar confianza y seguridad.