Opinión
Por
  • ANTONIO NADAL PERÍA

En pijama

Arturo Valls acudió a un programa de televisión vestido con un pijama porque dijo que había ido tantas veces que se sentía como en casa. Es de buena educación que cuando un amigo nos invita a su casa nos diga que nos sintamos como si fuese la nuestra, lo mismo si te dice que su casa es la tuya. En esas circunstancias deberíamos pedir un pijama, unas zapatillas, una bata y un puesto en el sofá delante de la televisión con el programa que eligiésemos. Que te ofrezcan su casa es un decir, ya lo sabemos, no hay que tomárselo al pie de la letra, pero a menudo hay mucha diferencia, incluso demasiada, entre lo que te ofrecen y lo que te encuentras. El pijama y las zapatillas son el símbolo del hogar, de la comodidad, de encontrarte en tu terreno. En otra casa, por mucha confianza y amistad que exista con los dueños, la situación no es ni parecida. Hay que guardar la compostura, dejar que ellos tomen las decisiones y evitar los enfrentamientos a poco interés que se tenga en volver otro día. Hacerse desagradable es la mejor forma de evitar que te inviten en otra ocasión. Ser buen anfitrión es un arte, no todos sabemos serlo. La palabra pijama significa en su origen "prenda de pierna", aunque suele estar formado por dos piezas. Su uso se extendió a partir del siglo XVIII. El pijama es ropa de casa y de cama, no así los camisones o camisas de dormir que antes utilizaban tanto hombres como mujeres. Desde luego no es prenda para presentarse en un estudio de televisión ni en ningún lugar público salvo si se trata de representar una obra de teatro o una provocación. Imponer fuera de casa la moda de llevar pijama en lugar de otras prendas de uso común como son una camisa, una camiseta, unos pantalones o una chaqueta es misión muy complicada, aunque un día se puso de moda el uso del chándal en la calle, una prenda que era de uso exclusivo de deportistas, y que para sorpresa de muchos se convirtió durante una temporada en el traje de los domingos. Tal vez si los diputados y los senadores acudieran en pijama al Congreso y al Senado las discusiones no serían tan violentas como suelen ser. ¿Quién puede discutir con alguien vestido con pijama y calzado con unas zapatillas caseras, menos aún si además se cubre también con una bata? Los sesteos y cabezadas en pijama durante los debates estarían más justificados que vestidos con traje de chaqueta y corbata.