Opinión
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  • Diario del Altoaragón

La enojosa desconexión carretera

A COSTUMBRADOS como estamos a buscar la viga en el ojo propio e identificar el ajeno con una paja, al contrario que el aforismo popular, nos hemos acomodado en la contemplación y sufrimiento de la diferencia entre las carreteras domésticas -que debieran ser motivo de autoestima- y las foráneas, en este caso las francesas. Y ya no recordamos la intrahistoria del Somport, aquella magna inversión de la Unión Europea con los estados español y francés que venía a convertirse en el nudo vanguardista entre los dos países para una infraestructura de gran capacidad y velocidad, para unir el Levante con el país vecino con una competitividad inigualable. Y, de repente, nos dimos cuenta que todas las consignaciones presupuestarias de este lado contrastaban con un inmovilismo, amparados en criterios de sostenibilidad que para nada contemplan un elemento clave en este concepto: el ser humano. No hay nada como pasar la frontera y constatar la diferencia de desarrollo con los servicios de los núcleos altoaragoneses. Y la UE, silbando.

La inercia nos ha guiado hasta el conformismo de hoy, que sólo queda roto cuando los temporales asaltan ambas vertientes y los españoles que quedan anclados en la Galia perciben la sensación de aislamiento inconcebible en el año 2020, mientras en dirección inversa el grado de asistencia, en la comparativa, es hasta exuberante. Y, cuando esto sucede, pierde jirones de competitividad no sólo el sur de Francia, sino también el norte de España, que constata que es más seguro desviarse por los dos extremos de la península, allí donde precisamente la voluntad de trabajar para el Estado y el país no es ni patente ni latente. Llegará la primavera y las flores ahuyentarán el enojo, entre el encogimiento de hombros institucional y la consciencia sólo de algunos de que debió ser mejor.

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