Opinión
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  • Diario del Altoaragón

Rigor, radicalidad y normalización

El trabajo por los derechos de la mujer encuentra cada año una fecha emblemática para recordarlos, reivindicarlos y afianzar los ya conseguidos, hasta el gran objetivo de la normalización que no consiste sino en la efectiva aplicación del concepto del feminismo, esto es, el principio de igualdad entre géneros por el que han luchado personas a lo largo de los tiempos y singularmente desde el pasado siglo, mucho más en pretérito y con más complejidad que la simplificación de determinados doctrinarismos. Quiere significar esta aseveración que tal equidad es un valor ético incontrovertible e indispensable, de tal manera que renunciar a la consideración de feminista es tanto como malear la propia condición humana.

La perdurabilidad de algunas brechas, consecuencia directa de una resistencia a taponarlas, concita cada 8 de marzo la presencia en las calles de centenares de miles de personas en toda España, con una radicalidad aplicada en la acepción menos peyorativa del término, en aquella que habla de las raíces y también de la inconveniencia de eludir la responsabilidad de todos y cada uno de los ciudadanos ante situaciones que, en una medida mayor o menor, son injusticias que no puede aceptar una sociedad que aspira a una educación para la igualdad de oportunidades, una sensibilización con los derechos universales y a la adaptación a los nuevos hábitos ultratecnológicos que han de contribuir a edificar y no a destruir.

Las estadísticas de violencia de género, una de las lacras más execrables que sufren las comunidades, demandan de todos el máximo rigor en una batalla a brazo partido en el que la formación, la información y la integridad deben jugar a favor de la equiparación de todos y cada uno de los ciudadanos, sean cuales sean su condición o sus circunstancias. Es obligado.