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Diario de una cuarentena (etapa 1)

Estamos comprensiblemente impresionados por una experiencia que ningún español coetáneo había vivido. A la vez, serenamente comprometidos con el hercúleo desafío que significa acabar con el virus de la única manera posible: juntos y con la consciencia de la responsabilidad que tenemos comprometida como ciudadanos. Y nos alcanza incluso en esta mezcolanza de emociones, sentimientos, temores y esperanzas para reconocer la heroica labor de los sanitarios, de los profesionales de los supermercados y de todos los que ejercen un oficio que no puede dejar de ser ejercido por el servicio público que representa, porque sin él definitivamente la coyuntura sería muchísimo más inquietante y destructiva. Los aplausos programados para estos actos de justicia reconfortan y nos devuelven aquella célebre máxima de Von Bismarck: cuando España crea en sí misma y deje de pelearse intestinamente, será una de las grandes potencias del mundo.

La riada de solidaridad de los españoles tiene que encontrar la corresponsabilidad en el rigor y la lealtad de todas las instituciones del Estado. El propio presidente Lambán, en la conferencia múltiple de Sánchez con todos los mandatarios autonómicos, demandaba la unificación del mando y la prevalencia jerárquica del gobierno del país sobre los regionales. Meterse ahora en celos y consideraciones espurias no demuestra sino la terrible inutilidad de las posiciones nacionalistas y su ceguera para identificar lo prioritario, que en estos momentos es la salud pública, y dejar para otras cuitas las veleidades de la desunión. Padecemos un estado de alarma, que es la respuesta a una grave amenaza. Y luego llegarán consecuencias económicas y políticas. Tiempos para la grandeza en este primer episodio del diario de una cuarentena.

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