Opinión
Por
  • ENRIQUE SERBETO

Se acabó la diversión

Este año se cumple medio siglo del día en que un grupo de mocosos venidos de la Ribagorza, el Sobrarbe y del propio Somontano, llegamos al Seminario de Barbastro para ser desasnados. No se puede negar que el proceso terminó con cierto éxito en este sentido, pese a que fuera un colosal fracaso para las intenciones del rector, porque seguramente Dios fue más sensato que él y pensó que era mejor para la Iglesia en general alejarnos a todos de la profesión para la que fue creada aquella santa casa. El caso es que para conmemorar esta egregia efeméride, alguno de los más activos del grupo que formamos aquella clase durante todo el bachillerato habían organizado un viaje a Madrid de esos que tienen un estupendo programa cultural, pero que acaban inevitablemente en una lifara de estas que te dejan el colesterol por las nubes. Cuando empezamos a ver que las cosas del coronavirus se ponían serias, nos planteamos anular el viaje y sustituirlo por un encuentro en La Fueva, igual de instructivo y más atractivo aun en lo gastronómico. Y a la vista de que las cosas se ponían serias de verdad, decidimos dejar lo de las celebraciones para septiembre y ya veremos entonces dónde vamos a darnos ese homenaje. Como nosotros, miles, millones, de personas se han tomado en serio la situación y han actuado de forma razonable sin necesidad de que nadie les dijese lo que tenían que hacer. A pesar de que ha habido quien no se lo ha tomado en serio, por regla general casi todo el mundo, incluyendo empresas, han asumido las medidas que indica el sentido común. Frente a ese buen talante general, lo que no esperaba es que fuera el propio Gobierno de España el que estaría columpiándose ostensiblemente en esta situación gravísima, con mensajes vacilantes y contradictorios. En casos de turbulencias se suele decir que no es bueno apuntar al piloto, pero me temo que la situación es tan grave que es necesario pedirle, al menos, que se lea las instrucciones del aparato que tiene que manejar y que haga caso a los científicos que saben de esto. Y que si la situación le sobrepasa, pues que levante la mano y pida ayuda a quien puede dársela porque lo que Pedro Sánchez ha podido comprobar hasta ahora es que todos aquellos que le sostienen políticamente son un lastre con el que ningún dirigente sensato puede ir muy lejos.

En Bélgica, donde paso una parte importante del tiempo, la actual presidenta del Gobierno, Sophie Wilmès, no apareció en televisión hasta que no tuvo algo concreto que decirle a los ciudadanos. Y lo hizo el jueves por la noche, después de un consejo de seguridad nacional en el que lo único que se dudó fue si era necesario o no cerrar los colegios, porque en muchos casos eso redirigía el peligro a los abuelos que son una población vulnerable. Esta economista (no hablemos ahora de la falsa tesis de Sánchez) que no tiene ni siquiera una mayoría parlamentaria que le respalde (para explicar los intríngulis de la política belga ya habrá tiempo) llamó a los presidentes de las regiones para comunicarles que el Gobierno central asumía el control pleno de la gestión de crisis y empezó a tomar medidas para limitar los movimientos y preparar los hospitales cuando en Bélgica el grado de contagio del coronavirus aún estaba proporcionalmente a la mitad del que ya había alcanzado en España. En Madrid, el primer ministro Sánchez compareció un día después para anunciar una decisión que no tomaría hasta el sábado y aun entonces con tremendas discusiones en el gabinete. Inexplicablemente, uno de sus vicepresidentes –adivinen quién es- cometió la barbaridad de abandonar la cuarentena para asistir al Consejo de Ministros. ¿Con qué autoridad le va a decir ahora el Gobierno a los ciudadanos que respeten las medidas de protección si los propios ministros no las cumplen? Ya llegará el momento de juzgar el disparate de haber mantenido la manifestación dichosa del día 8, teniendo en cuenta que ya se ha demostrado que Irene Montero no solo es una perfecta incompetente en materia de legislación sino una destacada temeraria por lo que se refiere a la salud pública, pero es forzoso constatar que tener a los dos miembros de una pareja en el mismo Gobierno es un error mayúsculo. Y si no fuera suficiente con los disparates que provoca su alianza con Podemos, también tiene que bregar con el impresentable Quim Torra, que –como buen racista- lo único que quería era que se aislase a toda Cataluña del resto del mundo, como si el peligro fuésemos los demás, y con los chantajistas del PNV, que ahora dicen que considera la aplicación del estado de alarma como "un 155 encubierto" como si los virus entendiesen de fronteritas. Todo lo que ha elegido Sánchez para rodearse es un desastre. Pero en estos momentos si Sánchez fracasa lo pagaremos miles de personas. El tiempo de bromas y frivolidades ya se ha acabado y ni el mercenario que le hace de jefe de Gabinete tiene una solución para ocultarlo. Sánchez no está solo, está mal acompañado que es peor.