Opinión
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  • Diario del AltoAragón

El civismo y la bonhomía

Un gélido escalofrío recorre a cada español en torno al mediodía, jornada tras jornadas, con las cifras que no son estadísticas sino vidas rotas y nubarrones existenciales. Nos pilla a todos -salvo a los admirables profesionales de la sanidad y de otros sectores, además de los descerebrados por distinto motivo- en nuestro domicilio, el hogar propicio para reflexionar, para establecer los propósitos vitales y salir a comerse el mundo... cuando el mundo sea practicable. Cada ciudadano que se preocupa por el prójimo, suelta una lagrimita y eleva la mirada al cielo, que luego se lanza al balcón a las distintas convocatorias de homenaje o simplemente de ratificación del carácter alegre de nuestro pueblo, es una persona admirable. Un dechado de civismo que se acrecienta exponencialmente al mismo ritmo que la exigencia, ya que la actitud contraria no sería sino el abatimiento y la derrota. Y España ha demostrado históricamente que sabe levantarse ante cada embate, provenga de donde provenga.

Asegura Howard Gardner que no existe un buen profesional que sea una mala persona. Exactamente lo mismo podemos proclamar en esta emergencia tan dolorosa referida a todos y cada uno de quienes se aplican con responsabilidad, disciplina y visión hacia el objetivo que tienen claro. Acabar con esta pesadilla real y retornar a nuestra cotidianeidad, con la lección aprendida de que el civismo requiere unidad en lo nuclear, para entender que la vida es, como asegura nuestro gran Carlos López-Otín, un ecosistema en el que confluyen la diversidad, la enfermedad y la felicidad. Una relación imperfecta que tiende al equilibrio por más que esté expuesto al difícil equilibrio de la complejidad. Buenas gentes, ciudadanos de provecho y, para los que no, ley y más ley.