Opinión
Por
  • MARÍA BEGOÑA SIERRA ACÍN

Realismo

Un hombre pobre y sencillo. Por la tarde, volvía a su casa cansado del trabajo y de mal humor. Miraba con asco y ojos de envidia a los jóvenes sentados en las terrazas de los bares.

¡Esos sí que viven bien! No tienen ni idea de lo que quiere decir sufrir. ¡Si tuvieran que cargar con la cruz que yo llevo! Un vecino escuchaba con paciencia y, una tarde, le esperó. Le invitó para que le acompañara a un almacén. Estaba lleno de cruces: pequeñas, ligeras, grandes, pesadas, suaves? Son las cruces de los hombres, le dijo el vecino. Elige la que quieras.

El hombre dejó su cruz en un rincón y se puso a escoger. Probó una ligera pero era molesta de llevar. Se colocó al cuello una de Obispo, pero era pesada por la responsabilidad y el sacrificio.

Escogió una lisa, pero notó que se le clavaba en los hombros.

Probó un sin fin de cruces, pero cada una tenía un defecto. Por fin encontró una cruz en un rincón. Esa parecía hecha para él. La cargó sobre sus hombros con aire de satisfacción.

¡Me quedo con esta! El vecino le miró con dulzura? y, en aquel instante, se dio cuenta de que había escogido su vieja cruz, aquella que había arrojado en el rincón del almacén. Era la misma que había llevado durante toda la vida. Quiero recordar que Cristo y María de Nazaret también tuvieron dificultades en la vida diaria.

María estaba de pie junto a la Cruz de su hijo muerto.

María reunida en el Cenáculo con los apóstoles, por temor a los judíos, oraba y esperaba la fuerza del Espíritu.

María, dolorida, busca a su hijo perdido en Jerusalén.

El ejemplo de Cristo y María, ante las dificultades de la vida, es para nosotros fuente de vida porque iluminan nuestra situación.