Opinión
Por
  • EMRIQUE SERBETO

Pida perdón, señor presidente

Decía Spinoza que la finalidad de la acción del Estado es liberar a los ciudadanos de la incertidumbre y el miedo que de otro modo atenazarían su libertad. Vemos ahora que la epidemia de coronavirus ha terminado con la tranquilidad de la sociedad porque en España los poderes públicos se han visto sobrepasados por un elemento cuyas características no han sido capaces de dominar. Hubiera podido pasarle a cualquier Gobierno, porque las dimensiones de esta epidemia son muy complicadas de gestionar, pero nos ha tocado un equipo presidido por un mentiroso que además ha decidido apoyarse en grupos políticos extremistas a los que los una mayoría de ciudadanos nunca antes habían otorgado su confianza, porque recelaban –con razón- de sus capacidades y de sus principios. Es decir, ha llegado el diluvio cuando nosotros estábamos probando un modelo averiado de paraguas. Como España es un grandísimo país, los sanitarios, los policías, los militares, los funcionarios públicos al servicio del Estado, están llevando sobre sus hombros el peso de esta emergencia con una dignidad y un espíritu de entrega encomiables y podemos confiar en ellos para hacer frente a la situación con garantías, pero eso no cambia el hecho de que hay una gran parte de la población que en estos graves momentos no confía en el Gobierno ni en quienes lo integran. Y Pedro Sánchez se lo ha ganado a pulso.

Las peripecias con la compra de productos esenciales para hospitales y sanitarios demuestran que en La Moncloa actúan a trompicones y sin saber muy bien el terreno que pisan. Y en materia de gestión de una economía paralizada, la imagen que se desprende es que medio gobierno piensa lo contrario que el otro medio. Su confusa decisión de prohibir los despidos mientras dure la situación de emergencia intenta recuperar la iniciativa y lanzar la imagen de un gobierno protector en el que se puede confiar, aunque está enunciada tan mal que probablemente provocará lo contrario de lo que pretende, más rechazo y desilusión, sin contar con los descalabros que acabarán con muchas empresas. Cuando una autoridad hace obligatoria una cosa, está también obligada a crear las condiciones para que sea posible cumplirla cabalmente y si exige que sigan pagando a los trabajadores a los que ha ordenado que se queden en casa, tendrá que darles a los empresarios medios para poder cumplirlo. En ausencia de medidas compensatorias, a mi al menos esta disposición me ha sonado más a aquel "¡exprópiese!" arbitrario y despótico de Hugo Chavez, que a una medida realista y posible. Con ese mismo espíritu, no es de extrañar que poco después haya decretado la parálisis general de la actividad económica, sin haberlo estudiado siquiera con los empresarios, a los que se sabe que varios de sus ministros tienen como enemigos.

El último capítulo de su estrategia consistiría ahora en culpar a Europa de no hacer lo suficiente para ayudarnos y construir sobre esta idea el argumento principal para justificar esta situación de desconfianza. Ahora la factoría Iván Redondo Productions promueve la imagen de un Sánchez digno y altivo en el Consejo Europeo del jueves pasado, codeándose con Italia –¡vaya por Dios, el único país donde la situación es aun peor que en España!- agitando la bandera de una solución europea que en realidad todavía no sabemos cómo tendrá que ser porque apenas estamos al comienzo de la crisis económica que se avecina. Personalmente creo que el ministro holandés que ha dicho que antes de hablar de fondos europeos para combatirla le gustaría investigar cómo se ha gestionado la epidemia en España, es un cretino que se tragará sus palabras cuando las cifras en su país se acerquen a la gravedad de las que ahora tenemos en España. Y ojala me equivoque en esto. Sin embargo, lo que demuestra el episodio es que en Europa también desconfían de Pedro Sánchez, porque fuera de España ya empiezan a conocerlo.

Hay muchos artículos que insisten en aguantar, asumir por ahora esta mala gestión y esperar a fiscalizarla cuando toda esta pesadilla haya pasado. Uno muy bien argumentado, en el que proponía precisamente "aplazar la crítica", se lo he leído a mi admirada Carmen Lumbierres en El Periódico de Aragón. Tiene razón. Ahora no es el mejor momento para desestabilizar al Gobierno, aunque no fuese más que porque en estas circunstancias sanitarias no es ni siquiera posible pensar en unas nuevas elecciones. Nos ha tocado a Pedro Sánchez en estos momentos y con estos bueyes hemos de arar. ¿Cómo lograr que el Gobierno recupere la confianza general de la población? ¿Qué puede hacer para ello alguien que se ha burlado de sus propias palabras, que ha hecho y dicho lo contrario y viceversa sin rubor, alguien que tiene un equipo elegido con criterios de utilitarismo político y no de eficacia, cuyos miembros se saltan a la torera las medidas que ellos mismos imponen y que tomó decisiones tan reprochables como la de alentar las manifestaciones el día 8 de marzo? Muy sencillo: pedir perdón a los españoles por haberse equivocado, que es la única manera de demostrar que ha aprendido al menos lo que no se debe hacer. Intentar decir la verdad por una vez. Eso aliviaría los temores de muchas personas más que una partida de test de los que prometió que traería a España hace más de diez días y que aún no se han visto por ninguna parte, otra mentira. Sánchez debe hacer ese ejercicio de humildad, porque mantener al país en este estado de confusión y desconfianza acabará siendo peor que el coronavirus.