Opinión
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  • Diario del Altoaragón

Crisis que arrollan a generaciones

Darnos a nosotros a través de la entrega a los demás. El Papa Francisco pronunció ayer esta recomendación especialmente a los jóvenes, para inspirar los comportamientos que deben definir la hoja de servicios a la humanidad que cada individuo escribe en su ejecutoria en este mundo.

Mientras cabalga la pandemia, las palabras del pontífice resuenan poderosas por lo que significan. Nos reconforta la evolución cuando los datos son positivos, sin reflexionar sobre la crueldad que se aloja detrás de las cortinas de las estadísticas. La sensibilidad es empatía, ponernos en la piel de los familiares de las decenas de fallecidos y de los enfermos asustados por el envoltorio diabólico con el que hemos provisto al virus.

Con un acercamiento al ánimo de los demás, alcanzaremos a comprender la tragedia individual y el desastre colectivo. Y podremos elevarnos, con la ayuda de la memoria -no es preciso que sea muy alargada- para lamentar una realidad demoledora: las dos últimas crisis se han llevado por delante las ilusiones y los horizontes de dos generaciones fundamentales, la de los jóvenes tras la recesión de 2008 y la de nuestros mayores en este magno ataque contra la salud. De la primera, queda un escenario en el que nuestros hijos, inéditamente salvo en caso de guerras o catástrofes naturales, disfrutan de una capacidad económica inferior a la nuestra, lo que les obliga a una variación en los hábitos de consumo y a un inferior poder adquisitivo pese a la evidencia de su preparación superior. De la segunda, la merma violenta de quienes edificaron piedra a piedra, fatigosamente, la prosperidad de este país después de haber soportado la guerra y la dictadura. Una injusticia mayúscula que remueve los cimientos de nuestra conciencia ética.

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