Opinión
Por
  • ENRIQUE SERBETO

Tiempo de planear el futuro

La comparecencia de Pedro Sánchez el sábado me pareció, como a mucha gente que conozco, una pesadez superlativa. Nos podía haber ahorrado esos tres cuartos de hora de discurso merolico para anunciar algo que ya se sabía –la prórroga del estado de alarma- y con menos tiempo hubiera podido intentar recuperar la confianza de los ciudadanos en su gestión. Los hechos son tozudos: La epidemia ha pasado por todos los países y en cada uno el grado de violencia ha sido diferente. Las causas por las que, por ejemplo, en Alemania ha habido menos víctimas que en España se acabarán aclarando. Algunas de estas razones dependían seguramente del azar o las condiciones específicas de cada lugar. Otras, sin embargo, tienen que ver sin duda con la política que se ha usado para hacerle frente y en el caso de España es evidente que no ha sido la más eficaz. Por ello no importa las horas que Pedro Sánchez pase frente a las cámaras de televisión, que eso no se arreglará.

Dado que la gestión de la epidemia ya no tiene remedio, al menos hubiera podido intentar convencernos de que sabe qué hacer para reconstruir el tejido económico, que es lo único que podría redimirle de los errores que nos han llevado hasta aquí. El presidente ya no puede cambiar el pasado, pero tal vez podría convencernos de que es capaz de cambiar el futuro, de marcar un buen rumbo de verdad para evitarnos una catástrofe económica como no la hemos conocido en la vida. Pero hasta ahora, desgraciadamente, no da esa impresión, puesto que lo primero que debería hacer Pedro Sánchez es reconocer que la epidemia ha acabado con cualquier perspectiva de gestionar ninguno de los proyectos en los que se había basado este gobierno de coalición cuando se formó hace apenas unos meses. Sería igual que si en plena inundación, el dueño de la casa insistiera en hablar de pintar el salón de verde, a pesar de estar viendo que el agua está destruyendo todos los muebles. Pedir unidad y el respaldo de las demás fuerzas políticas es más que razonable, pero para ello se les debe hacer copartícipes de las decisiones esenciales, aunque sea simbólicamente, que es un paso que el presidente no ha querido dar. Está muy bien evocar los Pactos de La Moncloa, pero para eso hay que saber que sirvieron sobre todo para sentar los cimientos de la Constitución, mientras que Sánchez se ha rodeado por su propia voluntad de aliados –independentistas y antisistema- que lo que quieren es precisamente destruirla y que aprovechan hasta el menor resquicio en el BOE para ir metiendo cuñas tóxicas. ¿Alguien en su sano juicio cree que era el momento de tramitar una reforma que despenalice las injurias a la Corona? Pues ahí están dale que te pego con esa labor de zapa contra el régimen del 78 que para mayor escarnio es la obra de los viejos que levantaron el país desde las ruinas de la guerra y nos lo dejaron niquelado para que a nosotros nos tocase vivir el periodo más brillante, próspero y libre de toda nuestra historia. Esta es la herencia que nos dejan los que están ahora asustados en las residencias de ancianos, esos que son las principales víctimas de la epidemia. No sería justo que el coronavirus se llevase también su legado.

Me temo que en este caso, mientras que da la impresión de que Sánchez actúa a salto de mata, el que si tiene un plan –y muy evidente- es Pablo Iglesias y este no desaprovecha ninguna oportunidad para ponerlo en práctica, sobre todo ahora que tiene capacidad directa de influir y una emergencia para justificar cosas que en otros momentos parecerían insensatas. Es algo que no deberíamos dejar pasar por alto. Para hacerse una idea de cómo funcionan estas cosas, baste recordar lo que ha pasado en situaciones anteriores. Cuando se produjo el ataque del 11 de septiembre de 2001, la administración norteamericana estaba a punto de establecer una legislación para embridar a los gigantes de internet a los que consideraba peligrosos porque se percibía su capacidad de controlar a la población. Días después del ataque se olvidaron de esos planes y pasaron a aliarse con esas compañías, para ser ellos quienes controlan los datos de todos los usuarios. La utilización de la información de los móviles para combatir la epidemia ha pasado a ser una servidumbre que nos acabará pareciendo normal y, de hecho, ya se ha publicado en el BOE el reglamento para que el Gobierno pueda saber en todo momento por donde se mueve la gente espiando los teléfonos móviles, que es una herramienta muy importante para luchar contra la difusión de una enfermedad, aunque puede tener también usos más siniestros. De momento, el Gobierno está utilizando justificadamente poderes especiales, que están recogidos en la Constitución, pero ha demostrado una tendencia clara a abusar de la discrecionalidad eludiendo los mecanismos de control parlamentario o sembrando dudas sobre su interés por mantener una relación sana con los medios de comunicación, en un campo en el que tendría que ser escrupulosamente moderado porque afecta a las libertades fundamentales. De la epidemia parece que saldremos, aunque sea doloridos y tristes por los que se están quedando atrás. Pero si el Gobierno no tiene cuidado, el futuro puede ser aún peor.