Opinión
Por
  • JAVIER ÚBEDA IBÁÑEZ

Individualismo y coronavirus

Lo cierto es que la crisis no consiste en que se muera mucha gente, sino en que se revela la impotencia de los sistemas sanitarios. Y que ello hace visible la muerte, lo cual resulta intolerable para una sociedad acostumbrada a vivir de espaldas a ella.

A fin de cuentas, no cabe duda que todos estos anhelos de un "mejor después", o sirven para mirar mucho más lejos, hacia la eternidad, o terminan siendo profundamente inhumanos: una promesa de bienestar con una segura fecha de vencimiento.

El aislamiento provocado por el coronavirus ha puesto de manifiesto lo doloroso que es morir solo. De forma más silenciosa esto ya sucede en la vida cotidiana de muchas sociedades: ancianos que fallecen en sus domicilios sin que nadie lo perciba.

Donde el Estado apoya el individualismo, quizás tienes un formulario para rellenar, pero no un hombro en el que llorar. "Te apoyas en el sistema; pero no es interpersonal, ni cálido, ni cariñoso".

Vivimos en una época individualista. Lo que las personas buscan en la vida es, fundamentalmente, pasarlo bien. Más todavía, pasarlo bien a toda costa, aún a costa de los demás. Por esto, nadie debería extrañarse de que haya jóvenes (y no tan jóvenes) que no les interesa la salud del prójimo en momentos así de complejos. ¿Cómo apelar ahora a la virtud cuando lo único que nos ha importado ha sido el placer y la utilidad El individualismo devalúa las relaciones humanas. El otro únicamente cuenta en la medida en que sea funcional al propio bienestar, por lo que los vínculos solo son valiosos si son provechosos. Lógicamente nadie puede evitar los vínculos sociales, pero son varios los sentidos que se le pueden dar a estos vínculos: el individualista ha escogido poner el yo como la cumbre de la realización "social", y el alegato de sus derechos como el modo de actualizar dicha realización.

El bien humano no es el encierro en sí mismo y la expansión del yo, sino la apertura, la generosidad, la donación.

La opción por el nosotros, en cambio, conlleva a aceptar sacrificios, que puede que incluso no nos beneficien en este sentido, es decir, que no sean útiles, ni placenteros ni satisfagan nuestros derechos, pero que, a fin de cuentas, son los que más valen, pues son opción de generosidad. Demás está decir que el coronavirus constituye una oportunidad.