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Libros para ser gerundios

No somos participio, somos gerundio. No estamos hechos del todo sino que poco a poco nos vamos haciendo. Esta máxima constituye un argumento irrefutable contra la fatalidad y la predestinación, un alegato del libre albedrío que, a su vez, es una atribución de responsabilidad. Es palabra de José Ortega y Gasset, filósofo referencial de cabecera de España. Una inspiración que nos invita a desoír las premoniciones que describen una suerte de desenlace hacia la nada de los libros, presuntamente abducidos por los mecanismos electrónicos con los que son perfectamente compatibles, porque en el olor de los volúmenes confluyen factores culturales y también las sensaciones que nos recuerdan que nuestra inteligencia se desarrolla en una danza estrecha con las emociones para delinear la arquitectura de nuestra naturaleza.

Sostiene Mario Alonso Puig que la vida es una escuela que nos ayuda a recordar lo que somos. Y, en el aula permanente en la que edificamos nuestra existencia, los libros constituyen unos seres vivos que llegan de la mano de esas figuras sempiternamente esenciales que son los libreros. No existe plataforma tecnológica ni inteligencia artificial capaz de conocernos y entendernos como ellos, que nos toman en el momento en el que cruzamos el umbral hacia el renacer de la sabiduría y nos sitúan frente al espejo de nuestra personalidad, de nuestros anhelos, de nuestros gustos y de nuestra necesidad. Ellos nos empoderan al dotarnos de alas con las que volar hacia lo más profundo de los misterios o hacia otros mundos, ora ignotos, ora inquietantes, siempre con la virtud de inspirarnos para elevar la fortaleza de nuestra integridad. Siempre nos acompañan los libros, el recordatorio de que somos gerundios reflexivos y críticos.

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