Opinión
Por
  • ENRIQUE SERBETO

¿Quién se puede fiar de un mentiroso?

A cualquier demócrata se le debería encender una luz de alarma cuando un gobierno es sorprendido en plena tarea de difundir deliberadamente noticias falsas. La trapisonda de las cifras sobre pruebas enviadas a la OCDE no se puede pasar por alto como cualquiera de las decenas de engaños que le han atribuido –casi siempre con razón- a Pedro Sánchez. Mentir es malo, que lo haga un dirigente político es penoso. Si está en el poder puede ser comprometedor. Si lo hace en circunstancias de especial angustia para la población roza el delito. Un presidente del Gobierno al que se le han dado poderes especiales y extraordinarios y que usa el aparato del Estado y hasta a una organización internacional para encubrir sus mentiras, es indigno de ocupar ese puesto.

Es muy grave que en España no se hagan bastantes pruebas para saber el alcance de la infección en la sociedad. Lo es también que el Gobierno se haya lanzado a diseñar el plan de "desescalada" sin conocer el resultado del estudio masivo de la extensión de la enfermedad que, al parecer, ya se ha puesto en marcha. Sobre ello, mis opiniones están humildemente basadas en el sentido común y no puedo ir más allá que lo que me inspira mi intuición. Yo habría hecho primero el estudio y una vez conocidos los datos, habría diseñado el camino de salida, apoyándome en el criterio de un equipo en el que estuviesen los mejores expertos disponibles. Pero ni soy epidemiólogo, ni me han elegido presidente del Gobierno y como no tengo esa responsabilidad, la mía se limita a comentar respetuosamente los hechos con las mejores luces que tenga. La experiencia, como se suele decir, es una linterna que solo ilumina el pasado y más en este caso que enfrentamos una situación desconocida incluso para los científicos, por lo que podría ser comprensivo con las equivocaciones de un Gobierno que hubiera preservado la confianza de los ciudadanos.

Pero lo que no se puede soportar es que el Gobierno mienta, que se descubra que miente y que en vez de pedir por lo menos disculpas, pretenda convencernos de que en realidad no ha pasado lo que todo el mundo ha podido ver. Ya sé que no es la primera vez que sucede, puesto que Pedro Sánchez es un mentiroso compulsivo de los que no le dice la verdad ni al médico. Una vez le pregunté si no sentía alguna incomodidad intelectual o moral estando siempre ante esa atmósfera que le reprocha continuamente no decir la verdad y me respondió tranquilamente que no, que ya está acostumbrado. Bueno, pues yo no me habitúo a que la persona de cuyo criterio depende el futuro de mi país y de mi familia esté intentando engañarnos continuamente. Y si en circunstancias normales esto sería grave, en estos momentos dramáticos, es intolerable.

No le voy a recordar que él desencadenó una moción de censura porque dijo sentirse escandalizado por la literalidad manipulada de una sentencia que condenaba a un concejal del Partido Popular en un pueblo de Madrid, algo que según denunció convertía a Rajoy en un corrupto y al PP en un partido criminal. No seré yo quien defienda al PP de las mangancias que tiene en su haber ni a Mariano Rajoy, que debió haberlas erradicado. Sin embargo, alguien que tiene la piel tan fina para los demás, debería tenerla aún más para sí mismo, a la hora de medir su exigencia ética.

Por el contrario, lo único que hemos visto en estos apenas cien días de gobierno de coalición es a un ególatra trapacero que solo se interesa en la huella de su sombra en el mundo exterior y que es asesorado por un mercenario inmoral del marketing electoral, un vulgar experto en propaganda. Y lo que ha revelado este comportamiento con los datos falsos transmitidos a la OCDE es que a Sánchez no le interesan las pruebas de contagio en la población, sino la imagen que quiere que tengamos de él. Es decir, se preocupa más de que creamos que hace el bien que de hacerlo.

El país está en una situación peligrosa. Los aliados de Sánchez –los nacionalistas vascos y catalanes- ya han dicho que no le van a apoyar para prorrogar el estado de alarma y Podemos está interesado sobre todo en su propia agenda. Para sobrevivir, necesitará el voto de partidos como el PP o Ciudadanos, a los que también ha querido timar con esa monserga de los Pactos de la Moncloa (¿se acuerdan de ese trampantojo que hace una semana era el no va mas ). Ayer anunció el plan de desescalada, con pocas fechas y menos detalles, de lo que vuelvo a deducir que lo que en realidad sigue más preocupado de cultivar una efigie de gobernante dedicado a atacar los problemas, que de encontrar las soluciones reales. Y en todo caso nadie se puede sorprender de que después de lo que ha pasado la sociedad no se fie de él. En tiempos normales sería malo. Ahora es calamitoso. Y todos los que sabiéndolo le defienden por extraños prejuicios ideológicos, deberían reflexionar sobre ello, porque se convertirán en cómplices de la catástrofe que viene y que puede que nos haga recordar con cariño estos tiempos de confinamiento.